martes, 6 de diciembre de 2011

Mil violines, la pasión según Kiko Amat


Este es un libro sobre música pop y la gente que lo escucha. Es un libro sobre cómo el pop influye en la vida de la gente. Es un libro sobre una vida, una educación, basada en la música pop; la mía, la del autor. El escritor como humano enamorado de sus canciones favoritas.

Así empieza Mil violines, un tremendo libro de Kiko Amat que es una síntesis perfecta de sus dos libros anteriores L’home intranquil, que ya comentamos aquí, y Rompepistas, una fantàstica novela que és de lo mejorcito que se ha publicado en los últimos años y una obra de referencia en lo que podríamos llamar “literatura Pop”. Síntesis perfecta porque combina las crónicas personales del autor, el catálogo de filias y fobias que caracterizaba L’home intranquil, con la pasión, el TeenageKicks y el romanticismo bigger than life de Rompepistas.

Cada una de las 14 crónicas sobre pop y humanos, como las subtitula Amat, que componen el libro está encabezada por una canción que, cual magdalena de Proust, evoca recuerdos, sensaciones y situaciones de una época determinada. Así, de entrada, podríamos tener la tentación de comparar Mil violines con 31canciones de Nick Hornby; nada que ver: el libro de Amat le da 50 patadas al susodicho. A pesar de mi admiración por Hornby, ese es, paradójicamente (porque el planteamiento prometía) una de sus obras más flojas, un trabajo plano, plano.

Todo lo contrario que aquí: las páginas de Mil violines derrochan pasión desbordada, amor incondicional por la música, complicidad masculina, mucho humor y, a veces, una refrescante incorrección política. El gusto de Amat és ecléctico, aunque con querencia hacia sonoridades garageras, negras y Mod: Dexys Midnight Runners, Mose Allison, The Dictators, Northern & Southern Soul, The Who, Go-Betweens, Trojan, 2-Tone y un largo etcétera.También hay algunas revelaciones sorprendentes: a Kiko Amat le gustan (o le gustaron en su momento) El Último de la Fila y el Hip-Hop.

Todos los capítulos son más que disfrutables, desde el primero !Hurra por el blues de todos!, que gira en torno a I’m Smashed, de Mose Allison, hasta el último, El secreto de las fiestas, dedicado a Hexbreaker, de los Fleshtones. Ninguno tiene desperdicio pero si tuviera que elegir uno, lo haría sin dudar con Cricklewood, 1995, la ingeniosa y brutalmente divertida crónica de las desventuras de Amat, su hermano y un amigo en un barrio irlandés del extrarradio londinense durante el año en que Wonderwall de Oasis sonaba en todas partes y a todas horas: impagable.

Tan buenos como los catorce capítulos resultan los cuatro epílogos incluidos. Un epílogo teórico, en el que Amat trata de explicar lo inexplicable: por qué unas canciones le gustan y otras no y por qué canciones que antes le gustaban han dejado de hacerlo. Un epílogo práctico, con sabios consejos para compradores compulsivos de música, cazadores de rarities e incunables y DJ’s. Manual de literatura para punks, un decálogo pensado para los aspirantes a escritor. Y finalmente, Arráncame las orejas, su personal galería de horrores musicales, donde aparecen sus diez canciones más odiadas, odio plenamente compartido en algunos casos como Dire Straits o Phil Collins.
  
Brillante de principio a fin, Mil violines es el libro que a cualquiera que ame la música le gustaría poder escribir algún día.

martes, 8 de noviembre de 2011

"High on Hope": Bailad, bailad, malditos


Más del Beefeater In-Edit: la semana pasada se volvió a proyectar en el marco del festival el Documental High on Hope, de Piers Sanderson, que fue uno de los ganadores de la edición del 2010. Se trata de un film ejemplar, que muestra el nacimiento, auge y caida de la cultura Rave en Inglaterra,  un fenómeno surgido de manera casi espontánea y de caire transgresor que, por su misma naturaleza, estaba condenado a no durar.

Estamos en 1989, en pleno Thatcherismo y las una vez prósperas regiones industriales del norte del país se encuentran sumidas en una profunda crisis económica y social, con altísimas tasas de paro y escasas perspectivas de futuro para los jóvenes, casi una fotocopia de la situación actual.



En este entorno, cuatro locos sin dinero, hartos de no poder entrar en los carísimos clubes de moda de Blackburn, que exigían chaqueta y corbata, deciden montar sus propias fiestas. Sin ninguna experiencia previa pero echándole mucho morro, tiran del Do it Yourself y empiezan a alquilar equipos de luz y sonido y a “okupar” naves industriales abandonadas.

Narrado en primera persona por sus protagonistas directos, High on Hope es un documento fresco, original (impagables algunas de las animaciones caseras que ilustran algunos momentos) y muy divertido. A pesar del espíritu lúdico del film, los testimonios que tejen el hilo de la historia, como Tommy y Tony (dos de los principales organizadores) o los participantes habituales de las Raves (hoy padres de familia) ilustran el profundo impacto que tuvo el movimiento sobre la gente de la zona que, más de veinte años después, lo recuerda de manera muy vivida.

Al principio éramos unos trescientos, luego más de mil y, al cabo de dos meses, había más de 10.000 personas dentro de las naves y otras miles esperando en la cola para entrar.

La popularidad de las Raves creció de tal manera que empezaron a ser portada habitual de periódicos y noticiarios (que hablaban de bacanales de drogas y violencia) y objeto de encendidos debates parlamentarios. Los políticos, que empezaron a percibir el fenómeno como una amenaza de revolución social, decidieron acabar con aquello y la presión policial aumentó drásticamente: lo que al principio parecía un entretenimiento poco problemático, se convirtió en un peligroso juego del gato y el ratón, con los organizadores jugándose el tipo, esquivando a la policía y ocultando hasta el último momento el lugar donde se celebraría la siguiente Rave.

A pesar del tratamiento sensacionalista de la prensa, el sentimiento unánime de los testimonios habla de un ambiente de hermandad y buen rollo, casi de comunión, que fue capaz de romper la característica rigidez social británica y de cambiar una manera de divertirse tradicionalmente centrada en el alcohol y la violencia.

Por primera vez en Inglaterra, ya no importaba de dónde venías, no importaba de qué raza o de qué clase social eras, estábamos todos ahí para bailar y para pasarlo bien. Se respiraba un aire de fraternidad, la gente era amable y chicos y chicas se divertían juntos, cosa que antes no pasaba. Creo que todo eso me marcó como persona y cambió mi vida y mi manera de ver las cosas.

Finalmente, el tirón popular de las Raves acabó siendo su perdición: las actuaciones de los antidisturbios, presionados por la opinión pública y el gobierno, se hicieron más frecuentes  y Tommy y Tony acabaron en la cárcel. Aunque los cargos contra ellos eran de los más endeble y terminaron absueltos tiempo después, nada volvió a ser lo mismo.

Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención es que, a pesar de que siempre se han asociado las Raves con el consumo de MDMA (éxtasis), en ningún momento del documental se comenta esta cuestión, es más, Tommy presume de no tomar ni drogas ni alcohol y, en una aparición en un debate televisivo (que se puede ver en el tráiler) pronuncia la frase que da título al documental: I don’t need anything, I’m high on hope; estoy borracho de esperanza.

Documental a reivindicar, como lo hicimos todos los asistentes con una ovación que pocas veces he visto en una sala de cine.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Rock de Lux nº 300: Tres décadas de música en imágenes


Si hace justo dos años la revista Rock de Lux publicaba un número especial para conmemorar su 25 aniversario, este mes celebra la aparición de su ejemplar número 300 y lo hace a lo grande, con un monográfico visual que es una auténtica joya y que repasa, a traves de más de trescientas fotos, casi treinta años de música nacional e internacional.

Las fotografías son de lo más variado, protagonizadas por artistas de muy diferentes estilos: clásicos del Pop y el Rock, flamencos, jóvenes Indies, músicos africanos, etc. y abarcan mayoritariamente actuaciones en directo aunque también podremos encontrar “posados” o escenas más o menos cotidianas.

Entre las fotografías “Live” destacaría la de Neil Young & Crazy Horse en pleno frenesí guitarrero en el concierto de Barcelona que representó su debut en España; una colorista M.I.A., de una actuación en Madrid en 2010; Miles Davis, en una de sus características poses ajeno a todo, casi autista, mirando al suelo; The Cramps, con un Lux Interior haciendo de las suyas en un concierto de 1990 en Zeleste; un alucinado Pete Doherty con los Babyshambles en el Primavera Sound; Nusrat Fateh Ali Khan en trance en el Mercat de les Flors de Barcelona; Tom Waits en su fantástico concierto en Barcelona hace tres años o Nirvana en su actuación de 1994 en Barcelona, un par de meses antes del suicidio de Kurt Cobain.

Entre los retratos, me gustan especialmente los de Kim Gordon (Sonic Youth), Camarón y, sobre todo, una impresionante fotografía de un fantasmagórico y demacrado Antonio Vega. Me han parecida también especialmente buenos los “posados” de Hidrogenesse en blanco y negro, en una foto tomada en el Parc de la Ciutadella que es casi una escena salida de un cuadro prerrafelita o la de un encuentro entre Cristina Rosenvinge y Raül Fernández (Refree).

La verdad es que es un documento que no tiene desperdicio aunque yo me quedaría (es una debilidad personal) con un set de diferentes fotos (tomadas entre 1992 y 2011) de la siempre fascinante PJ Harvey, que ponen de manifiesto su magnetismo y personalidad camaleónica.

Al final del número se ofrece también un índice de todas las fotografías y el contexto en el que fueron tomadas, la mayoría de ellas por colaboradores habituales de la revista como Jordi Fàbregas, Juan Pérez-Fajardo, Óscar Giralt, Juan Sala o Francesc Fàbregas. Sirva también este post como homenaje a los fotógrafos cuya tarea, no siempre reconocida y recompensada, es imprescindible para documentar y mantener viva la memoria de la historia del Pop.

martes, 1 de noviembre de 2011

La santísima trinidad del Rock'n Roll. The Sacred Triangle: Bowie, Iggy & Lou 1971-1973


La programación del Festival Beefeater In-Edit 2011 ofrece un interesante documental, The Sacred Triangle, que narra el encuentro y posterior relación de amistad entre David Bowie, Iggy Pop y Lou Reed, relación que posibilitó la creación de tres discos que se convirtieron en piedras angulares del Rock, en obras clave para entender la cultura Pop del momento: Ziggy Stardust, Transformer y Raw Power.

The Sacred Triangle aporta pocas novedades, pues se centra en un período bastante conocido para repasar algunos episodios ya trillados de finales de los 60 y principios de los 70: el apadrinamiento de The Velvet Underground por parte de Andy Warhol y su actividad en The Factory, los inicios (poco afortunados) de David Bowie en el Show Business y sus desesperados intentos por alcanzar la fama, la arrolladora (e incomprendida) irrupción en el panorama musical del magnético Iggy y The Stooges, la gestación del Glam Rock o la controversia (todavía viva a día de hoy) sobre la (no) producción y mezcla de Raw Power.

A nivel formal el film resulta también bastante ortodoxo: su estructura, construïda alrededor de la combinación de voz en off, testimonios de primera mano y grabaciones en video de la época, es sumamente respetuosa con todos los cánones del género. Aún así sus protagonistas tienen tanta personalidad que es imposible no caer fascinado por mucho que se les conozca. Los testimonios, además, son de primer nivel: una lúcida Jayne/Wayne County, la musa travestida del Underground neoyorquino; Lee Black Childers, el que fuera presidente del sello Mainman, el fotógrafo Billy Name, que vivió en primera persona el apogeo de The Factory o de la divertida Angie Barnett la famosa groupie, modelo y ex-mujer de David Bovie, que se convierte en la estrella indiscutible del documental con su frescura, vehemencia y brutal sinceridad. 

A destacar también las filmaciones de la época (algunas de ellas remasterizadas para la ocasión) como la interpretación de Starman en Top of the Pops, que fue al Glam Rock lo que la aparición de Elvis Presley en el Show de Ed Sullivan al Rock and Roll;  Iggy Pop caminando encima del público en un concierto en Cincinatti; Bowie y Mott the Hopple tocando All the Young Dudes; The Velvet Underground interpretando Venus in Furs; Marc Bolan haciendo lo propio con Get it On o algunas imágenes del último concierto de Ziggy Stardust & The Spiders from Mars.

La conclusión de The Sacred Triangle es que la simbiosis e influencias mutuas entre diferentes artistas (que, por otro lado, han sido una constante en la cultura Pop) fueron un aspecto clave en la configuración de las tendencias musicales de la época: el interés de Bowie por The Velvet Underground (en general muy poco conocidos en las Islas Británicas) le llevó hasta a Nico, que fue quien le habló de Iggy Pop; Reed se puso en manos de Bowie tras fracasar su primer trabajo en solitario pensando que no tenía nada que perder; The Stooges, repudiados por todo el mundo, volvieron a grabar gracias a Mainman, el sello del manager de Bowie,Toni Defries, aunque nunca llegó a entenderlos ni a apoyarlos realmente, por considerarlos una amenaza para su protegido; el concepto visual y artístico de Ziggy Stardust nunca hubiera existido de no ser por Pork, la polémica obra teatral producida por Andy Warhol; la influencia directa de Marc Bolan llevó a Bowie a endurecer su sonido, cosa que significó la popularización del Glam que, junto a la aportación de The Stooges, abrieron la puerta a la posterior eclosión del Punk.

En definitiva, un documental recomendable, sobre todo para los fans del triángulo sagrado aunque, en mi opinión, resulta un tanto superficial y no hace justicia al papel fundamental de Mick Ronson: extraordinario guitarrista de contagiosa energía, alma del sonido de los Spiders from Mars y talentoso arreglista que realizó un grandioso trabajo en el Transformer de Lou Reed. Sin él seguro que esta historia hubiera sido muy diferente.
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