lunes, 7 de diciembre de 2009

La última década según New Musical Express



Si hace unos días hablábamos del 25 aniversario de Rockdelux, hoy toca hacerlo de NME, la bíblia de los hypes del Britpop, que en su último número de noviembre lleva a cabo también un repaso de la década musical 2000-2009 a través de un Top 50 de discos y diversos artículos de fondo, donde se comentan los aspectos más significativos de este periodo.

Los diez trabajos más destacados de la década serían: Is This It, de The Strokes; Up The Bracket, de The Libertines; XTRMNTR, de Primal Scream; Wathever People Say I Am... de Arctic Monkeys; Fever to Tell, de Yeah Yeah Yeahs; Stories From The City..., de PJ Harvey; Funeral, de Arcade Fire; Turn On the Bright Lights, de Interpol; Original Pirate Material, de The Streets y, finalmente, In Rainbows, de Radiohead que, junto a White Stripes, Arcade Funeral y Libertines, han colocado dos discos en el Top 50.

En principio el Top 10, conociendo la linea editorial de la revista, es bastante lógico aunque no deja de sorprender encontrarse con tres bandas norteamericanas y una canadiense ya que NME suele "barrer para casa" y en estos 10 años han surgido muchos grupos de las Islas Británicas que hubieran podido estar ahí. La lista de RockdeLux y la de NME son bastante coincidentes y muchos nombres (Wilco, LCD Soundsystem, The Avalanches, Arcade Fire, The White Stripes, M.I.A., Outkast) se repiten en ambas publicaciones (en distintas posiciones), aunque en general Rockdelux se decante más hacia sonidos de vanguardia y electrónicos y NME por el Pop y el Rock británicos.

Otros elementos que llaman la atención de la lista son por un lado la ausencia casi total de artistas clásicos o veteranos, exceptuando el American IV: The Man Comes Around, de Johnny Cash, que suena más a homenaje que a otra cosa, (aunque quízá Primal Scream, Spiritualized y The Delgados pudieran entrar ya en esta categoría); por otro lado la inclusión de Songs for the Deaf, de Queens of the Stone Age y Relationship of Command, de At-The Drive In, una concesión a sonidos más "duros" que no es muy habitual en NME y, finalmente, la inexplicable ausencia de Franz Ferdinand, uno de los grupos más interesantes de la actualidad y con una trayectoría, vista en perspectiva, más destacada y consistente que, por ejemplo, The Klaxons o Bloc Party que sí aparecen en el Top 50.

En cuanto a los artículos de fondo, a pesar de no ser muy extensos, son bastante interesantes:

En The Casablancas Generation se analiza el impacto de la aparición de The Strokes con el excelente Is This It, disco buenísimo y adrenalínico que desgraciadamente no tuvo continuidad, y la influencia de su sonido y actitud en bandas posteriores como The Libertines o Arctic Monkeys. NME se deshace en elogios hacia la banda que personalmente comparto al 100%.

The Strokes were not always perfect: their interviews were often boring as fuck, their second album was flawed. But what they encapsulated and gave back to us for that first amazing couple of years was that sense of rock'n'roll being a 24-7, living-for-the-moment lifestyle choice comprised of clothes, fucking, snorting, drinking, dancing and great records in equal mesure... The Strokes' gift to the world was to make it fall in love with rock'n'roll once again...

Sound of the Overground hace un repaso del pop de consumo masivo y de cómo, gracias al trabajo de productores/compositores como Xenomania, Timbaland o The Neptunes, que se han arriesgado a la hora de tomar elementos de la electrónica, del Hip-Hop o de las tendencias Dance más novedosas, se han creado canciones comerciales pero con un estándar de calidad bastante alto.

En Getting with the Programme se constata la paradoja de que, a pesar de la práctica desaparición de la música en la televisión (Top of the Pops y CD:UK ya no se emiten, la MTV cada vez dedica menos espacio a la música), la aparición de programas de comedia como The Mighty Boosh o Flight of the Conchords o la inclusión de música Pop y Rock en la banda sonora de series como The Wire, Entourage, Skins, The OC o Grey's Anatomy, implica que en muchos casos la música funcione como un aspecto clave en su desarrollo y acaben llegando al gran público de una manera, incluso, más eficaz que en espacios específicamente musicales.

The emotional resonance and inherent drama of music is now being used as a vital part of visual storytelling and has finally started to be taken seriously... Rather than being the decade music TV died, it's the decade TV became a lot more rock'n'roll -and sophisticated in doing so.

Everybody's gone surfing no ofrece nada nuevo bajo el sol: se realiza el inevitable análisis de la influencia de internet (con nombres como Napster, Twitter, YouTube, Spotify, MySpace o Facebook) respecto al consumo y producción de música y a los nuevos canales de relación entre las bandas y su público.

Por su parte, Terrorised Sounds es una interesante reflexión sobre de qué manera se reflejó el 11-S en el mundo de la música. La conclusión de la revista es bastante contundente: quitando algunas excepciones, todo lo que se compuso acerca de ello fue basura. El artículo termina con una recomendación que no deja lugar a dudas sobre su posición:

See, we'd never suggest our musicians should be apolitical and it's a basic principle of all great art to comment on the influence of the world around you. But it would be helpful for musicians to remember that they're rarely the kind of intellects that can understand the complexities of foreign policy and often just idiots with guitars and drug habits.

En Friends (?) reunited se repasan las principales giras de "reunión" de bandas desaparecidas, como Led Zeppelin, Rage Against the Machine, Blur, The Stooges, etc. desde una perspectiva bastante cínica y descreida:

Of course no-one who checked the likes of Dinosaur Jr, Sex Pistols, Smashing Pumpkins or Gang of Four off of their things-to-see-before-you-die list could then turn aorund and criticise them for giving it a go again. But more broadly, reunions have become a symptom of the creeping conservatism that's now taken hold over our generation... Consumer-culture has fulfilled a lot of our wishes, but as ever what we want isn't the same as what we really need.

Finalmente, Sex, Drugs and Red Tops es una reflexión del papel de los tabloides británicos (The Sun y compañía) en el proceso de construcción de la imagen de los músicos famosos que, mediante un determinado tratamiento de los escándalos (con Amy Winehouse y Pete Doherty en el Top 1 ex aequo), crea una falsa mitología que acaba retroalimentando al mundo de la música.

Once more, the tabloids were in thrall to a scen which had music at its beginning but mere fame as its end, and their gossip columnists camped out among the faux-urchins. The consequence of this spectacle for "Indie" music was that you no longer had to actually be a talented, cool musician to be a success, you just had to appear to be one... Sadly, it seems this is the model established for many British bands now, where the driving force behind writing songs is no frustration or desperation or inspiration, but simply to attain the lifestyle of "Being In A Band".

Ahora toca esperar la habitual avalancha de listas con "lo mejor del año" que publicarán en breve todas las revistas musicales. Supongo que alguna la comentaremos por aquí...

martes, 1 de diciembre de 2009

About a Boy: La joya pop de Nick Hornby


Me gusta hablar de la música y el cine porque son importantes para mí, y estoy seguro de que también para mucha gente. Describir el mundo contemporáneo sin hacer referencia a la música y al cine es imposible.

Así calificaba Nick Hornby en una entrevista su universo literario, que se refleja en un estilo de escritura fresco, directo y muy vinculado a la cultura pop, sobre la cual giran la mayoría de sus novelas.

Hornby se convirtió en un escritor conocido a partir de sus novelas "Fiebre en las gradas" y "Alta fidelidad", que son el reflejo de dos de sus obsesiones vitales: el fútbol y la música. Aprovechando el tirón del escritor, Anagrama reeditó hace un año una novela de 1998, "Un gran chico" (About a Boy), que fue originalmente publicada por Ediciones B con el título "Érase una vez un padre". 

Desgraciadamente ninguno de los títulos en castellano (ambos infames, para qué negarlo), respeta el juego metalingüístico de Hornby que, con el título original, hacia un guiño a la canción About a Girl, de Nirvana.

Y es que Nirvana, concretamente Kurt Cobain, es el catalizador  de la historia, protagonizada por una figura ya arquetípica en el imaginario literario del autor: el del adulto cerca de los 40 con alergia a cualquier cosa que huela a compromiso o a las responsabilidades de la "madurez", síndrome conocido como "de Peter Pan", que el género femenino encuentra especialmente exasperante. 

En un artículo publicado en "Libertad Digital" (todos tenemos nuestras perversiones...) con motivo de la publicación de Juliet Naked, la última novela de Hornby, se referían a los síntomas de dicha patología como ...el temor al compromiso sentimental y, sobre todo, la obsesión de muchos señores por el Rock'n Roll, un cordón umbilical que los mantiene conectados a la juventud perdida. Como es un tema que me toca la "fibra" (¿es que a los 40 solo te puede gustar Phil Collins? Francamente, preferiría morir descuartizado) lo voy a dejar aquí...

Como iba diciendo, el protagonista de la novela es Will, un vividor de 36 años adicto a las faldas, a las nuevas tendencias y comprador de New Musical Express y The Face, que no ha pegado un palo al agua en su vida gracias a un golpe de suerte: es el heredero de los derechos de una canción navideña (Santa's Super Sleigh) que compuso su padre, del estilo de las que por estas fechas hemos de soportar ad nauseam. Por un capricho del destino conoce a Marcus, un preadolescente inadaptado en la jungla londinense, hijo de una hippy divorciada, ligeramente chiflada y fan de Joni Mitchell.

Por una mera cuestión de supervivencia (salir del instituto sano y salvo es su objetivo diario) Marcus decide convertir a Will en una especie de padre adoptivo que le guie por la senda de lo Cool, le instruya en gustos musicales juveniles y evite que vaya vestido como un espantapájaros, cosas para les que Will está especialmente dotado.

Marcus necesitaba ayuda para ser un chico, no un adulto. Y por desgracia para Will, ésa era exactamente la ayuda que estaba en inmejorables condiciones de proporcionar. No sería capaz de decirle a Marcus cómo debía madurar, cómo apañárselas con una madre que tenía tendencias suicidas ni nada por el estilo, pero sí podía explicarle que Kurt Cobain no juega a fútbol en el Manchester United. Y para un chico de doce años que iba al colegio a finales de 1993, ésa tal vez fuera la información más importante de cuantas podía recibir.

Así, en frío, hay que reconocer que el argumento no es precisamente muy prometedor e invita a la huida inmediata; la realidad es que se trata de una novela muy divertida: amable pero cáustica, tierna aunque con toques amargos, de chispeantes diálogos y personajes muy creibles.

Hornby, ademas, demuestra tener un gran capacidad de observación y el texto acaba convirtiéndose en un fresco de la sociedad inglesa de mitades de los 90 y de los usos y costumbres de esa época. Las referencias musicales son constantes: Paul Weller, David Bowie, el Acid House, Snoop Doggy Dog, Pet Shop Boys, Nirvana... Así como las televisivas: Home and Away, Neighbours (dos culebrones australianos que causaron furor en el Reino Unido), Countdown (el "Cifras y Letras" brítánico), "La ley de los Ángeles", "Policías de Nueva York", etc. En definitiva, se trata de una obra recomendable y muy entretenida, de lo mejor de Hornby junto con "Alta Fidelidad".

"Un gran chico" fue adaptada al cine en el 2002 con otro título abominable: "Un níño grande" y la verdad es que, contra todo pronóstico y a pesar de la presencia de Hugh Grant (que si de mi dependiera estaría encarcelado en la Torre de Londres hasta el día del Juicio Final) no está mal, aunque no llega, ni de  lejos, a la altura de "Alta Fidelidad", la excelente adaptación protagonizada por un gran John Cusack.

domingo, 29 de noviembre de 2009

¿Una teoría del Rock?



La música popular contemporánea (lo que entenderíamos como rock y pop) es, indudablemente, uno de los fenómenos culturales más excitantes de la segunda mitad del s. XX y, en mi opinión, está al mismo nivel que el cine, la literatura o el arte. A pesar de que tradicionalmente ha sido considerada como algo propio de la llamada baja cultura, hoy en día no tiene demasiado sentido establecer jerarquías culturales, como comentaba en un post anterior. Del mismo modo, pues, que existen estudios y teorías literaria, artística y cinematogràfica, parece lógico pensar que debiera existir también una disciplina que se encargara específicamente de estudiar este género, que únicamente y de refilón ha sido abordado por la teoría cultural; variadas y poderosas razones habría para ello.

Por su valor intrínseco: la música produce placer y desde siempre ha sido un elemento básico para proporcionar diversión, entretenimiento y, también, reflexión. Su evolución, además, la ha convertido en un fenómeno dinámico y digno de estudio por su capacidad de diversificación y adaptación, sobre todo a partir de la introducción de avances tecnológicos: electrificación/amplificación de los instrumentos, creación de aparatos capaces de generar nuevos sonidos (sintetizador, sampler, etc.), incorporación de medios digitales, etc.

Por su papel como medio de comunicación: En muchas ocasiones la música se ha convertido en un altavoz para denunciar problemas y expresar inquietudes de determinados colectivos. La música negra de los años 60 y principios de los 70 sería un referente muy claro: Aretha Franklin y su canción Respect; James Brown cantando Say it Loud, I’m Black and I’m Proud; Marvin Gaye enfrentándose a su compañía, que se negaba a publicar su obra maestra What’s Going On por ser demasiado “comprometida” (aunque paradójicamente fue el disco más vendido de Motown en toda su historia); Sly and The Family Stone, con su disco There’s a Riot Going On o Curtis Mayfield con Superfly. Todos ellos denunciaron la marginación que sufría la población negra durante esa época y fueron un elemento clave en la lucha por los derechos civiles.

Otro referente más cercano es el Hip-Hop, sobre el que el periodista Juan Pascual, a principios de los años 90, afirmaba en la revista "RockdeLux":

“Es habitual atacar al Rap por sus connotaciones violentas, adaptando esa idea tan extendida de matar al mensajero cuando no nos gusta lo que dice en vez de intentar entender su mensaje. Un mensaje necesariamente poco agradable si tenemos en cuenta la realidad cotidiana que pretende reflejar; unos cuantos datos: entre los hombres de raza negra de entre 16 y 34 años, el asesinato es la principal causa de muerte, generalmente a manos de miembros de su propia raza. La mitad de la población reclusa de los Estados Unidos es de raza negra. El impacto del paro, la pobreza y las drogas afecta enormemente a la estructura familiar, base tradicional de los valores de la comunidad y clave para su supervivencia”.

Así pues, la música ha funcionado también como una especie de “telediario” (siempre es bueno buscar alternativas a la Fox...) que permite saber, parafraseando a Marvin Gaye, qué está pasando.

Por ser un motor de cambio: la música ha actuado a menudo como catalizador de cambio o conflicto social: la eclosión del Rock'n Roll, personificada en la actuación televisada de Elvis Presley en el programa de Ed Sullivan, produjo un impacto brutal en la conservadora sociedad norteamericana. “El efecto que el Rock’n Roll produce en los jóvenes es el de convertirlos en adoradores del diablo, en el de estimular su expresividad a través del sexo". De esta manera se expresaba (y no se rían, que lo decía en serio) en 1956 el reverendo Albert Carter, uno de los máximos dirigentes de la Iglesia Pentecostista americana.

El final de la II Guerra Mundial originó un conflicto moral, provocado por el tránsito de una sociedad rural a una sociedad urbana y por el deseo de independencia de los jóvenes norteamericanos, este conflicto representó una ruptura de los valores morales tradicionales y puritanos de la sociedad. En este sentido, los jóvenes no dudaron en utilizar el Rock'n Roll como arma en esa guerra generacional que se estaba librando. La influencia de la música fue tan grande que muchos rasgos culturales urbanos, considerados lumpen, propios de subculturas juveniles, de gangs de pseudodelincuentes o, directamente, de “negros”, como lenguajes en argot, determinadas maneras de vestir, etc. fueron adoptados por jóvenes de cualquier extracción social. De hecho “Rock’n Roll” era el término que se utilizaba en algunas comunidades negras para referirse al noble arte del fornicio.

Por ser productora de significado y cultura: la música ha sido siempre un elemento imprescindible para entender fenómenos como el ya mencionado cambio social de postguerra, la contracultura de los años 60, la crisis del petróleo de los 70 o la cultura Rave y el consumo de drogas sintéticas de los 90, ademas de ser un elemento importante en la configuración de la identidad entre los jóvenes.

Por su capacidad de transgresión: Todos los elementos comentados están estrechamente relacionados entre sí, aunque posiblemente uno de los rasgos destacables de la música popular sea su potencial capacidad transgresora aunque, como ya comenté en este mismo espacio, parece estar en vías de extinción. En este sentido la actitud de del público también ha ido cambiando y la música ya no es un instrumento para desafiar al “sistema” (al menos no de manera explícita): el carácter hedonista propio de la postmodernidad ha acabado convirtiéndola en un elemento más de ocio y evasión, es el signo de los tiempos... Pero, ¿sería esto algo negativo? Como todo en la vida, depende de cómo se mire, hace ya bastantes años Rafa Cervera, crítico musical y director de la revista "Ruta 66" escribió:

“Hoy en día los comentarios sobre el Punk tienden a un aburrido punto en común; no sirvió de nada... No estoy de acuerdo. Desde la perspectiva actual es fácil emitir tales juicios. La era Punk, como la Hippy, llegó para cambiar las cosas y, por supuesto, no lo consiguió. Claro que tampoco ganaron ninguna revolución Elvis ni los Beatles así que, ¿por qué ese desprecio hacia aquellos que se atrevieron a desafiar al sistema, aún cuando acabaron siendo absorbidos por él? No es justo intentar reírse del Punk porque fue algo que acabó al servicio de aquello que supuestamente combatía. No es justo negarle todos sus valores... en este caso, como en todos los que han hecho posible el Rock a lo largo de la historia, importan la intención y los medios... Si la música Punk te hace saltar del sofá, logra que los nervios se te disparen y te afecta de tal manera que acabas por coger una batería y dar la murga en los ratos libres, o mandas a la mierda al ser que más te da la tabarra, bueno... eso tiene que ver con el espíritu del Punk."

Y además, añado, se queda uno muy a gusto...

A pesar de todo lo expuesto, parece complicado esperar la creación de una "ciencia" del Rock que responda a los cánones tradicionales. Uno de los pocos estudiosos de la música popular contemporánea del país, el poeta y experto en comunicación audiovisual Joan Elies Adell lo tiene claro:

"Parece, en muchos casos, que discutir públicamente de música popular contemporánea, con su carácter inevitablemente social, tenga mucho que ver con una especie de violación de la regla clásica de la distancia estética, al mezclar lo subjetivo, lo personal, lo irracional, lo intuitivo con el carácter social, objetivo e ideológico que forma parte de la esfera pública... la música no es "solo" una tecnología social que produce o reproduce significados, valores, e imágenes para los receptores; sino que, también, a diferencia de la influencia ejercida por la música "clásica", puede inyectar en la música un sentido de lo personal, de lo político y de lo social...".

Aunque, bien mirado, no es que tampoco haga mucha falta: el peso específico del pop y el rock en la configuración de las sociedades modernas es innegable, por muy de "baja cultura" que sea considerado, convertirlo en una disciplina, más o menos, académica atentaría quizá contra su propio espíritu.

Adell, J.E. La música popular contemporánea y la construcción de sentido. Revista Transcultural de Música en: www.sibetrans.com/trans/trans3/adell.htm

sábado, 28 de noviembre de 2009

25 aniversario de Rockdelux (tercera parte)



Continuamos con el repaso de este número conmemorativo con el excelente artículo redactado por Joan Pons dedicado a la ficción televisiva, que, en sus propias palabras, se ha convertido por méritos propios en un fenómeno cultural y espacio creativo de primera categoría. Las series destacadas, por diferentes razones, han sido: Los Soprano, sin ninguna duda la que inició la edad de oro del género, Mad Men, Deadwood, el fenómeno masivo Lost, la interesante Battlestar Galactica, 24, Larry David, The Office (versión inglesa) y, finalmente, la imprescindible The Wire.

Aunque quizá, en su línea innovadora, la iniciativa más interesante haya sido la propuesta a diferentes dibujantes de cómic y artistas gráficos para que plasmaran su visión de los mejores 15 singles de la década, cada uno con su estilo. Así, Nacho Antolín se encarga del núm. 1 Get Ur Freak On, de Missy Elliot; el expresivo Paco Alcázar de Hey Ya!, de Outkast; Juanjo Sáez, colaborador habitual de la revista ilustra con su particular estilo Losing My Edge, de LCD Soundsystem; Pepo Pérez hace lo propio con una atractiva ilustración para Paper Planes, de M.I.A.; al polifacético Txarly Brown le toca Crazy, de Gnarls Barkley; Joaquín Reyes (si, el de Muchachada Nui) dibuja para Crazy in Love, de la diva Beyoncé y Fermín Solís para Blind, de Hercules and Love Affair. Por su parte, Sonia Pulido realiza un curioso dibujo en homenaje a Take Me Out, de Franz Ferdinand, al igual que el sorprendente Paco Roca con Imitation of Life, de R.E.M.; Miguel Á. Martín lidia con Music, de Madonna, Rafamateo se encargó de Can't Get You Out of My Head, de Kylie Minogue; Sequeiros con Umbrella, de Rihanna. Finalmente, lo tres últimos son Hard to Explain, de The Strokes, con un dibujo de trazo expresionista a cargo de Javier Olivares (para mi gusto uno de los mejores) Since I Left You de The Avalanches para Jordi Labanda, fiel a su estilo "pijo" y un clásico, Gallardo, remata la faena con Viva la vida de Coldplay.

Comentar también dos excelentes artículos de fondo: El clic prodigioso, firmado por Pablo Gil, que realiza una lúcida reflexión  sobre el impacto de las tecnologías digitales sobre los procesos de creación y distribución de música y La industria musical española después del tsunami, de Nando Cruz que, siguiendo la línea del artículo anterior, hace un resumen de la evolución de la misma en estos últimos 10 años, constata la paradoja que uno de los momentos creativos más dulces coincide con el momento en que menos música se vende y recoge las opiniones de profesionales del sector (programadores, directores de festival, dueños y directivos de sellos discográficos, etc.), que aportan luz sobre el tema con sus propias experiencias. En este sentido, destacar el discurso directo y desmitificador del veterano Mario Pacheco (director de Nuevos Medios, uno de los sellos nacionales más prestigiosos):

"No hay que pensar tanto en los factores tecnológicos e industriales que nos han absorbido últimamente sino en lo que pasa por las cabezas de la gente: hacia dónde va el pop como fenómeno cultural, no como producto de consumo. Nos hemos olvidado de qué estamos haciendo, qué quiere oir la gente, qué quiere hacer el músico. Luego, si se vende en vinilo o casete, ya ves tú qué importancia. ¿Por qué tanta polémica? ¿Por qué se han llenado tantas páginas? ¿Por qué he de discutir con un señor que dice que de las cenizas de un mundo antiguo surgira uno nuevo? Yo solo quiero grabar cuatro cancioncitas. No estoy filosofando sobre el futuro del planeta. ¡Es muy fácil! Grabas a un músico, sacas el disco y pasas la boina".

Ya para terminar, aplaudir la linea que ha seguido la revista durante estos últimos años: innovadora en forma (una maquetación y diseño excelentes) y contenidos, rigurosa y con conocimiento de causa (aunque no se coincida con los gustos de los redactores) y siempre abierta a incorporar temas no estrictamente relacionados con la música, como crítica de comics y literatura e, incluso, artículos de opinión sobre temas sociales y políticos, que en ocasiones, han creado controversia entre los propios lectores.

Feliz cumpleaños, pues, y a esperar las bodas de oro.

domingo, 22 de noviembre de 2009

25 aniversario de Rockdelux (segunda parte)



En cuanto a los mejores discos internacionales, antes que nada he de decir que no comparto demasiado los criterios musicales de la revista: lo mío es el rock visceral y el pop guitarrero, qué le vamos a hacer... A pesar de todo gracias a Rockdelux he hecho algunos descubrimientos que ahora forman parte de mi universo musical, al César lo que es del César. Pero vayamos ya a lo que interesa: las tres primeras posiciones han sido para Merryweather Post Pavillion, de Animal Collective; Illinoise, de Sufjan Stevens y Skantonia, de Outkast.

Otros trabajos destacados han sido Kala, de M.I.A. (una bomba, de obligada escucha); LCD Soundsystem, del grupo del mismo nombre liderado por James Murphy; A Ghost is Born, de Wilco; Funeral, de los canadienses Arcade Fire y el fantástico This Is It, de The Strokes. La cuota British se cubre con Franz Ferdinand, el bombazo que representó Whatever People Say I Am... de Arctic Monkeys y The Libertines, el ex-grupo de Pete Doherty y Carl Barat. También hay menciones especiales para trabajos más o menos recientes de artistas incombustibles como Bruce Springsteen, Lou Reed, Nick Cave, el desaparecido Johnny Cash, Bob Dylan o Tom Waits.

Respecto a los discos españoles, el primer lugar ha sido, como no, para Los Planetas y su disco La leyenda del espacio; el segundo puesto se lo ha llevado El mundo según, de Sr. Chinarro y el tercero el interesante Cajas de música difíciles de parar, de Nacho Vegas.

Aparte del podio, lo más interesante de la lista nacional es comprobar que:

1. El Hip-Hop nacional se ha consolidado como un estilo propio y con aportaciones notables: Mala Rodríguez, 7 Notas 7 Colores, Violadores del Verso, Tote King o Sólo los Solo.

2. La pujanza del Pop català (que comenté hace ya un tiempo en otra página de la red, La finestra digital) es un hecho indiscutible y ha conseguido colocar siete discos en el ránking, con excelentes artistas como Antònia Font, Manel, La Troba Kung-Fú, Sisa, Roger Mas, Mishima o Nisei.

3. El dinamismo del panorama musical, que posibilita el surgimiento de artistas muy prometedores como los controvertidos Manos de Topo, los sorprendentes El Guincho y Joe Crepúsculo y la deliciosa La Bien Querida.

4. Finalmente, la ausencia total de artistas "clásicos", con las honrosas excepciones de Morente, Vainica Doble y del ya fallecido Carlos Berlanga.

Para acabar la parte musical, la revista hace un repaso de los mejores conciertos de la década, siendo los tres primeros el de Kanye West en Barcelona durante el año 2006, el de Sufjan Stevens también en Barcelona en 2006 y el de Animal Collective en el Tanned Tin de Castellón en 2005. En la lista destacan también el reciente concierto de Leonard Cohen en el Palau Sant Jordi, la ensordecedora actuación de My Bloody Valentine en la última edición del Primavera Sound, la presencia de Rufus Wainwright en el Apolo barcelonés en 2005 y la performance de Tom Waits el año pasado en el Auditori del Fòrum.

En unos días el tercer y último post sobre el tema.

viernes, 20 de noviembre de 2009

25 aniversario de Rockdelux (primera parte)



Rockdelux, una de las publicaciones musicales más veteranas del país, ha publicado este mes de noviembre un número especial con motivo de sus veinticinco años de vida, toda una hazaña para una publicación de sus características. Fiel a su estilo elitista y un punto snob que, admitámoslo, es parte de su encanto, la revista aprovecha la ocasión para hacer un resumen de lo mejor de la década 2000-2009 en forma de listas con 20 cómics, 30 películas, 20 libros, 60 discos nacionales,100 internacionales y 25 conciertos.

Empecemos con el cómic: la medalla de oro se la lleva el Catálogo de Novedades Acme, de Chris Ware, sin duda uno de los artistas más creativos y revolucionarios del género; el aclamado Epiléptico. La ascensión del gran mal, de David B. ha quedado en segundo lugar mientras que Fun Home. Una familia tragicómica, de Alison Bechdel, una de les revelaciones del pasado año, ha quedado en el tercer puesto. Otros nombres destacados del ránking son Dk2: El señor de la noche contraataca y El gato del rabino, de Frank Miller y Joann Sfar respectivamente. Hay que destacar también la numerosa representación nacional (síntoma de la buena salud de la que goza el cómic español) entre los que destacan la sorprendente y divertida Las Aventuras del Capitán Torrezno, de Santiago Valenzuela: El arte de volar, de Altarriba y Kim, recientemente comentado en estas páginas; la ácida y demoledora Dinero, de Miguel Brieva y Bardín el superrealista, del genial e incombustible Max.

En cuanto a las tres mejores películas, hay que decir que son poco discutibles: no hay duda de que ¡Olvídate de mí! (Michael Gondry), Kill Bill (Quentin Tarantino) y Promesas del Este (David Cronenberg) se encuentran entre lo mejorcito de la década. Los redactores han incluído en el ránking un documental como Grizzly Man (Werner Herzog), la no suficientemente reivindicada 24 hour party people (Michael Winterbottom), dos films de directores clásicos como Antes que el diablo sepa que has muerto (Sidney Lumet) y Mystic River (Clint Eastwood); joyas orientales como Deseando amar (Wong Kar-Wai) o El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki) y las sorprendentes, por venir de paises con poca tradición cinematógrafica como Rumanía y Suecia, 4 meses, 3 semanas y 2 días, de Cristian Munglu y Déjame entrar, de Tomas Alfredson.

Respecto a los libros, el podio se lo llevan el aclamado 2666, del ya fallecido Roberto Bolaño; La carretera, de Cormac McCarthy (del que pronto veremos la adaptación cinematográfica protagonizada por el ubicuo Viggo Mortensen) y la crítpica pero fascinante Austerlitz, de W.G. Sebald. Dentro de los 20 primeros encontramos también Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay y Las correcciones de dos de los autores norteamericanos más talentosos: Jonathan Franzen y Michael Chabon; la cuota nacional representada por París no se acaba nunca, de Enrique Vila-Matas; Sauce ciego, mujer dormida, de Haruka Murakami, uno de los fenómenos literarios de los últimos tiempos; la imprescindible y visceral Gomorra, de Roberto Saviano y La maravillosa vida breve de Óscar Wao, comentada en un post anterior.

martes, 17 de noviembre de 2009

Música popular: ¿Asimilación o contestación?




El análisis sociológico y cultural sobre el gusto en la música popular se ha debatido siempre en una constante dicotomía sobre si es el oyente quien decide qué música le gusta o, por el contrario, es la industria la que genera productos más o menos prefabricados que se orientan, adaptan o, directamente, configuran el gusto musical del público.

Si bien la tentación de apelar a la maldad intrínseca de las multinacionales, que conspiran para lavar nuestros cerebros y vaciar nuestros bolsillos, es irresistible, lo cierto es que la realidad no es tan sencilla, como afirma el especialista en música y cultura popular Will Straw:

El consumo de la música popular ha sido durante mucho tiempo tan caótico como incomprensible, incluso cuando parece obstinarse en confirmar, de la manera más cruda las leyes básicas de las modas y las tendencias más fugaces. Si bien es cierto que las tendencias parecen tener vida propia y evolucionar según su propio e imparable impulso, predecir la popularidad de una grabación determinada o un estilo musical es notoriamente difícil.

Es innegable que buena parte de la música popular se ha convertido en un producto de consumo más y, como tal, sujeto a los imperativos de mercado, marca y estrategias de márketing diversas. Por otro lado siempre han surgido movimientos, inicialmente fuera de los circuitos comerciales, que acaban ganándose los favores del público para, poco después, convertirse en algo estándar, cerrando de esta manera un ciclo recurrente en la historia de la música, con el Rock’n Roll de los años 50, el Punk de los 70, el Grunge de los 90 o la música electrónica como ejemplos paradigmáticos.

La música popular, pues, ha experimentado siempre una tensión constante entre su lado, digamos, artístico y rebelde y la vertiente industrial y comercial. En este sentido la industria siempre ha tenido muy claro que la rentabilidad y la lógica comercial pasan por la estandarización, siguiendo el ya clásico axioma empresarial que dice “si funciona, no lo toques”, de modo que cuando consigue un éxito, intenta repetir el modelo con el objetivo de ordeñar la vaca tanto como sea posible.

La historia del Rock y el Pop presenta innumerables casos de cómo, gracias al trabajo de productores, compositores o músicos de estudio, se consiguió dar forma a un sonido determinado que fue garantía de éxito durante mucho tiempo, de modo que algunos artistas se convirtieron en simples intérpretes y las grabaciones acabaron siendo el producto estándar de un trabajo en cadena, en un proceso más propio de la industria automovilística que de la creación artística.

Por poner solo unos ejemplos, podemos hablar del tándem de compositores Leiber‑Stoller, que durante los años 50 escribieron muchos de los éxitos de Elvis Presley, Buddy Holly o The Coasters; Booker T. & The MG's que, junto a la sección de metal Memphis Horns, dieron forma al sonido y personalidad del sello Stax, en el que destacaban Otis Redding, Sam & Dave o Wilson Pickett; el binomio de compositores Gamble-Huff, artífices del Philly Sound con The O'Jays, Harold Melvin and The Blue Notes o Teddy Pendergrass como primeros espadas o el trío de compositores/productores Holland-Dozier-Holland que, bajo la mano de hierro de Berry Gordi, patentaron el sonido Motown que lanzó a la fama a The Supremes, The Miracles o Marvin Gaye.

Hay ejemplos más recientes com el caso de Stock‑Aiken-Waterman que durante los años 80 crearon en el Reino Unido un estilo de pop pegajoso orientado a la discoteca que hizo famosos a Kilye Minogue, Rick Astley o Bananarama; por no hablar del inefable John Kalodner (considerado el Rey Midas del Rock), que con la ayuda del compositor Desmond Child siempre estaba dispuesto a hacer más asequible el sonido de grupos “duros” como Aerosmith, Whitesnake o Great White.

A pesar de todo lo comentado, la industria musical nunca se ha destacado por la utilización de los estudios de mercado y de audiencias, como comenta, nuevamente, Straw:

A lo largo de buena parte de su historia, la industria de la música ha inventado muy poco en lo relativo al análisis de los patrones de consumo, prefiriendo lanzar productos, promoverlos y sentarse a esperar la respuesta del mercado.

Tradicionalmente los grandes sellos han optado por una estrategia clásica: copiar un producto de éxito de la competencia o bien, directamente, comprarlo. Dos ejemplos de la segunda situación serían el fichaje de Bad Religion y Offspring por Sony, ambos provenientes del sello independiente Epitaph, artífice del revival punk de los años 90 y el trasvase de Nirvana y Soundgarden, dos de las sensaciones del catálogo de Sub Pop (cuna del movimiento Grunge), a Geffen y A&M respectivamente. En la práctica, pues, muchos de los sellos que se movían a niveles, más o menos, underground acabaron convirtiéndose en el departamento de I+D de las multinacionales discográficas.

Visto lo visto, si quisiéramos ofrecer una visión asimiladora podríamos afirmar que la potencia económica de los grandes sellos discográficos, unido a la omnipotencia de los medios que dan una cobertura continua a sus lanzamientos, han convertido la música popular en algo vulgar, aburrido y previsible, si bien es cierto que en la era de internet, de las descargas digitales, de la fragmentación de públicos y de una cierta “democratización” en la producción y distribución de contenidos, esta situación ha dado un vuelco radical en los últimos años.

Por otro lado, existen también ejemplos de artistas dificilmente domesticables o poco integrables en el engranaje de la industria a causa de su rareza, vocación independiente o escasas posibilidades de conseguir un éxito masivo: fue el caso, entre otros, de The Stooges, New York Dolls o Velvet Underground. En este sentido, tenemos también ejemplos recientes de sellos que continuaron rigiéndose por criterios artísticos e impulsando las carreras de artistas rara avis y discursos heterodoxos, como SST (Sonic Youth), 4AD (Pixies) o Matador (Yo la Tengo), con una clientela minoritaria pero muy fiel y el beneplácito de parte de los medios especializados.

A pesar de todo puede parecer que, finalmente, en la dialéctica entre distribución masiva y crítica de la comercialización, la asimilación ha ganado la partida a la contestación respecto a la capacidad reivindicativa y de generación de imaginarios e identidades colectivas. La vulgarización de los aparatos culturales musicales y la preeminencia del “Show Business” parecen haber extinguido la chispa de rebelión inherente a buena parte de la música popular, aunque seguramente en el futuro surgirán movimientos que recuperarán esta capacidad subversiva, como afirmaba en 2004 Gonzalo Abril, catedrático de periodismo y especialista en cultura popular: 

La ideología y el orden social, la producción y la reproducción, no están nunca definitivamente fijadas ni garantizadas. La resistencia no puede ser siempre reducida ni automáticamente absorbida. Al menos cuatro generaciones han reemprendido la contestación desde las sucesivas formas o corrientes del rock. Así ocurrió en los 70 con el punk, que revitalizó el directo, propuso una visualidad obscena y provocadora sobre lo corporal y cuestionó los modelos de identidad sexual, cuando el rock de la generación anterior había evolucionado hacia conceptos sinfónicos y despolitizados. Así ocurre hoy con el Hip Hop, que reactiva el potencial contradictorio de la cultura popular en las condiciones de una cultura masiva mundializada.

Desgraciadamente parece que el Hip Hop está ya casi plenamente integrado en el engranaje industrial y su capacidad “amenazadora” está en vías de extinción. Habrá que ver qué nos depara el futuro.

Citas extraídas de:

Straw, W. (2006) El consumo, en: Frith, S.; Straw, W. y Street, J. (ed.). La otra historia del Rock, cap. 7. Ma Non Troppo, Barcelona.

Abril, G. (2004) So Much Trouble: notas sobre la música popular y el contexto mediático contemporáneo. Revista Ghrebh, núm. 6. Accesible en: http://revista.cisc.org.br/ghrebh6/artigos/06gonzalo_espa.htm

domingo, 8 de noviembre de 2009

"La maravillosa vida breve de Óscar Wao": Un antihéroe freaky

Junot Díaz (Santo Domingo, 1968) es el autor de esta sorprendente, fresca y tremendamente divertida novela, que el año pasado recibió el premio Pulitzer de narrativa, además de todo tipo de parabienes de la crítica especializada. El (irónico) título hace referencia a su protagonista principal, que sin duda alguna, se ha incorporado ya al Olimpo de los (anti) héroes literarios: un personaje inolvidable que algunos han comparado con el Ignatius J. Reilly de “La conjura de los necios” y que, a pesar de ser el arquetipo de “Nerd” y perdedor, acaba resultando un tipo entrañable y digno en su desesperada, y patética, búsqueda del amor.

En el segundo año de la secundaria, Óscar pesaba unas increíbles 245 libras (260 cuando estaba depre, que era casi siempre), y se les hizo evidente a todos, en especial a su familia, que se había convertido en el pariguayo (neologismo peyorativo a partir del inglés, party watcher, “el que mira las fiestas”) del barrio. No tenía ninguno de los superpoderes del típico varón dominicano, era incapaz de levantar jevas (ligar con chicas) aunque su vida dependiera de ello. No podía practicar deportes, ni jugar al dominó, carecía de coordinación y tiraba la pelota como una hembra. Tampoco tenía destreza para la música ni para el negocio ni para el baile, no tenía picardía, ni rap ni don pa na.

Pero “La maravillosa vida breve de Óscar Wao” no es una simple narración de las desventuras de un freaky: si rascamos un poco su pátina humorística nos encontramos con una obra que convierte la ironía y el sarcasmo en estrategias narrativas de gran calado, de las que se sirve el autor para, por un lado, llevar a cabo una parodia del realismo mágico característico de algunos autores latinoamericanos y, por otro lado, elaborar un gran fresco sobre la inmigración (sin ahorrar algunas críticas al talante dominicano) y la dramática historia de la República Dominicana bajo la inmisericorde dictadura de Trujillo. En este sentido la novela tiene algunos puntos en común con “La fiesta del chivo”, de Mario Vargas Llosa, que abordó esa parte de la historia del Caribe con mano maestra y un realismo que ponía la piel de gallina.

Para aquellos a los que les faltan los dos segundos obligatorios de historia dominicana: Trujillo, uno de los dictadores más infames del siglo XX, gobernó la República Dominicana entre 1930 y 1961 con una brutalidad despiadada e implacable... Era nuestro Saurón, nuestro Arawn, nuestro propio Darkseid, nuestro dictador para siempre, un personaje tan extraño, tan estrafalario, tan perverso, tan terrible que ni siquiera un escritor de ciencia ficción habría podido inventarlo.

El McGuffin de la novela es el “Fukú” (que según la creencia popular dominicana es una especie de sortilegio, de maldición que trae la desgracia y la infelicidad) que lleva persiguiendo a la familia Cabral desde varias generaciones y del que parece imposible librarse. A partir de aquí, a través de diferentes flashbacks, Junot Díaz va modelando la tragicómica historia de Óscar y de toda su familia, trufada de referencias Pop: comics de Marvel y DC, ciencia ficción, “El señor de los anillos”, juegos de rol, "Star Wars", “Dragones y mazmorras” y un larguísimo etcétera, que casan perfectamente con la idiosincrasia de la novela y que, en algunos casos, logran originales paralelismos con los que Junot Díaz se gana la complicidad (y la sonrisa) del lector.

Sé que he metido mucha fantasía y ciencia ficción en esta mezcla, pero se supone que es la historia verdadera de la Maravillosa Vida Breve de Óscar Wao. ¿No podemos creer que pueda existir una Ybón y que a un bróder como Óscar le haya llegado un poquito de suerte después de veintitrés años? Ahora les toca a ustedes. Pastilla azul, continúan. Pastilla roja, regresan a Matrix.

Narrada con una gracia y dinamismo envidiables en un chispeante “spanglish” (un diez para el excelente trabajo de traducción de la escritora cubana Achy Obejas), “La maravillosa vida breve de Óscar Wao" se lee, a pesar de su extensión, en un suspiro y es, sin ninguna duda, una de las sorpresas más agradables de la literatura hispanoamericana reciente y la confirmación de que la cultura Pop ha calado hondo en el imaginario de muchos escritores jóvenes.

Díaz, Junot. La maravillosa vida breve de Óscar Wao. Mondadori. Barcelona, 2007

domingo, 18 de octubre de 2009

"True Blood": Los vampiros salen del armario


Indudablemente el vampiro es uno de los iconos más potentes y con más capacidad de fascinación de la cultura pop. La figura del bebedor de sangre siempre ha estado presente en mitos, leyendas y relatos de todas las culturas, aunque es a partir de la publicación de la novela “Drácula” de Bram Stoker (1897) cuando la figura del vampiro se “institucionaliza” y se incorpora definitivamente al imaginario colectivo con la ayuda de películas como “Nosferatu” (1922), con un terrorífico Max Schreck como protagonista; “Drácula” (1931), con Bela Lugosi ejerciendo de vampiro elegante y decadente y, finalmente, el remake de “Drácula” de la productora inglesa Hammer Films (1958) con el protagonismo de Christopher Lee, que incorpora a su personaje poderosas connotaciones sexuales.

En los últimos años el filón vampírico ha seguido explotándose a través de diferentes medios, ya sea en cine: “Noche de miedo” (Tom Holland, 1985), “Jóvenes Ocultos” (Joel Schumacher, 1987), “Drácula” (Francis F. Coppola, 1992), “Blade” (Stephen Norrington, 1998), “Vampiros” (John Carpenter, 1998), “Underworld” (Len Wiseman, 2003), “Van Helsing” (Stephen Sommers, 2004) o la excelente “Déjame entrar” (Tomas Alfredson, 2008); en televisión: “El señor de las tinieblas” (1989-1996), “Secta de sangre” (1996), "Buffy” (1997‑2003) o “Angel”, un spin-off de “Buffy” (1999-2004); o en literatura: desde “Soy leyenda” de Richard Matheson (1954), pasando por “El misterio de Salem’s Lot” (1975), de Stephen King, la saga de “Entrevista con el Vampiro” de Anne Rice (1976-2003) o la más recientes “The Southern Vampire Mysteries” (2001-2010), de Charlaine Harris o las sagas “Crepúsculo”, de Stephenie Meyer (2003-2009) o “Nocturna” (2009) de Chuck Hogan y Guillermo del Toro, por citar solo algunas de las más conocidas.

Siguiendo esta tónica, durante el pasado mes de junio se estrenó en Estados Unidos, en medio de una gran expectación, la segunda temporada de la serie de HBO “True Blood”, después del gran éxito cosechado por los primeros 12 episodios (emitidos aquí por Canal+ con el título “Sangre fresca”). Como ya es norma en HBO, se trata de una serie muy interesante que presenta una inusual mezcla de géneros. Creada (a partir de los anteriormente mencionados relatos de The Southern Vampire Mysteries) por Alan Ball, autor de la mítica serie “A dos metros bajo tierra” y ganador del Oscar al mejor guión original por “American Beauty”, “True Blood” plantea una situación de partida francamente sugestiva: los vampiros existen y como, gracias a la invención de una bebida elaborada con sangre sintética (la True Blood que da título a la serie), ya no necesitan alimentarse de seres humanos, reclaman su lugar en la sociedad con plenos derechos. Lógicamente esta pretensión provoca miedo, desconfianza, intensos debates públicos y la oposición frontal de grupos integristas religiosos. Pero todavía hay más: vampiros y vampiras ejercen una poderosa atracción sexual sobre los humanos y su sangre actúa como una potente droga de efectos lisérgicos y afrodisíacos, con la cual se trafica sin muchos escrúpulos.

A partir de este escenario la serie, ambientada en un pueblo de Louisiana, gira alrededor de la relación entre la humana Sookie Stackhouse (Anna Paquin) y el vampiro Bill Compton (Stephen Moyer). Sookie es una chica “especial”, ya que tiene la capacidad de leer la mente, cosa que le provoca una gran angustia pues ha de concentrarse para no hacerlo y eso hace que su comportamiento a veces sea incomprensible para los que le rodean. La atracción por Bill se basa, aparte de en el “morbo” comentado anteriormente, en el hecho de que Sookie es incapaz de leer sus pensamientos, cosa que le permite estar relajada y ser “ella misma”. Ciertamente la pareja protagonista desprende una química potente y ambos hacen un trabajo más que notable. A destacar también la excelente galería de personajes secundarios, como Jason Stackhouse (Ryan Kwanten), el atractivo pero corto de mollera hermano de Sookie; la cascarrabias Tara Thornton (Rutina Wesley), amiga íntima de la protagonista; el inquietante Eric Northman (Alexander Skarsgard), el “sheriff” de los vampiros en Louisiana y que regenta un local vampírico llamado Fangtasia; el impagable Lafayette Reynolds (Nelsan Ellis), cocinero del bar donde trabaja Sookie, además de gigoló homosexual y traficante o Jessica Hamby (Deborah Ann Woll), una vampiresa adolescente que sufre los problemas típicos de su edad y que es un auténtico hallazgo.

Antes comentaba que la serie mezcla diferentes géneros: drama romántico, thriller sobrenatural con toques de comedia, terror e, incluso, costumbrismo sureño (no podían faltar los “rednecks” característicos de la zona). Si bien esta mixtura es parte del encanto de la serie, paradójicamente es también su principal defecto, ya que a veces cae en una cierta indefinición y desprende la sensación de que quiere tocar todos los palos quedándose a mitad de camino. Otra de las señas de identidad de la serie es su carácter explícito: las escenas “gore” abundan, así como las de fuerte carga sexual. A todo ello hay que añadirle el típico sentido del humor, entre negro y absurdo, de Alan Ball.

Todos estos elementos conforman un singular y atractivo entramado con capacidad de atraer a todo tipo de público. Para redondear la faena el autor, con su mala leche característica, introduce unas cuantas “cuñas” en forma de segundas lecturas sobre la moral, la igualdad, la religión, las drogas o la condición sexual que ponen la guinda a una serie que, si bien no es perfecta, es absolutamente reivindicable.

sábado, 10 de octubre de 2009

"El arte de volar": La memoria de la derrota


Mi padre se suicidó el 4 de mayo de 2001. Nadie sabe cómo un hombre de su edad y en su estado pudo burlar los controles de vigilancia, subir hasta la cuarta planta, encaramarse a una ventana y arrojarse al vacío. Yo sí sé cómo lo hizo. Soy el único que puede saber cómo lo hizo porque, aunque no estaba allí, estaba en él. Siempre he estado en él porque un padre está hecho de sus hijos posibles y yo soy el único hijo que le fue posible a mi padre. Desciendo de mi padre, soy su prolongación y, cuando todavía no había nacido ya participaba, como potencial genético, de todo lo que le ocurría. Por eso sé cómo murió y también cómo vivió. Me contó muchas veces sus peripecias incluso, para paliar los primeros síntomas de la depresión, le insistí en que las escribiera. Dejó doscientas cincuenta cuartillas de letra apretada y rebosante de recuerdos. Pero lo que sé de él no es por haberlo oído o leído, lo que sé de su vida es porque, como he dicho, yo estaba en él o, quizá, era él y ahora, una vez muerto, él está en mí. Así que puedo contar su vida con la verdad de sus testimonios y la emoción de una sangre que aún corre por mis venas. De hecho voy a contar la vida de mi padre con sus ojos pero desde mi perspectiva. Puedo por lo tanto asegurar que fue así como se suicidó. Puedo igualmente asegurar que, aunque parecieran unos pocos segundos, mi padre tardó noventa años en caer de la cuarta planta.

Así empieza “El arte de volar”, precedida por un sentido y excelente prólogo de Antonio Martín, la obra de Antonio Altarriba (guionista) y Kim (dibujante), dos artistas en estado de gracia que han parido un cómic que se ha convertido desde ya en un referente futuro del género en este país y clarísimo candidato, por clamor popular, a obtener el Premio Nacional del Cómic de 2009.

Estamos ante una obra conmovedora y emocionante que, por momentos, me ha hecho saltar las lágrimas y que narra la Vida de Antonio Altarriba Lope, desde su nacimiento en Peñaflor, un pueblecito de Aragón, hasta su muerte en Logroño. Su historia es la historia de toda una generación de idealistas derrotados, que lucharon por cambiar el mundo y perdieron, que vivieron la miseria económica y moral de la postguerra, que tuvieron que renunciar a su dignidad para sobrevivir y que se vieron obligados a traicionar sus principios, a soportar un durísimo exilio interior, para acabar convertidos en aquello contra lo que estuvieron combatiendo.

Crudo y descarnado, aunque no exento tampoco de ternura y humor, “El arte de volar” es un prodigio de eficacia narrativa. A partir de un simbólico leit motiv (dos alianzas: una de sangre y otra de plomo) el relato se estructura a través de una introducción y cuatro partes (que corresponden a cada una de las plantas que va recorriendo el cuerpo de Antonio Altarriba Lope en su caída). La primera narra los primeros años del protagonista en el pueblo hasta su huida a la ciudad, escapando de un ambiente de miseria y asfixia existencial. La segunda, la más extensa, describe los prolegómenos de la guerra civil, su desarrollo y el posterior exilio en Francia. La tercera cuenta la vuelta de Altarriba a una España dominada por el miedo, corrupta y estraperlista. Y, finalmente, la cuarta se centra en los últimos años del protagonista, que transcurren en una residencia para ancianos, hasta que toma la decisión de quitarse la vida.

El trabajo de Kim es impecable. Acostumbrados al registro de trazo grueso de su “Martínez el Facha”, que publica en el semanario “El Jueves”, su grafismo es sutil y elegante y su composición de viñetas se integra perfectamente en el texto. Son especialmente brillantes las escenas oníricas y las de las alucinaciones que sufre Altarriba a causa de la medicación contra la depresión, que llegan a resultar estremecedoras.

Y si el capítulo gráfico es excelente, el guión, emotivo y extraordinariamente bien escrito, roza la perfección. Aunque supongo que para Antonio Altarriba debió ser una experiencia muy dura y amarga (aunque catártica) poner negro sobre blanco la historia de su padre, no se me ocurre mejor homenaje para él, y por extensión para toda una generación, que legar a la posteridad un trabajo de este calibre.

En resumidas cuentas: una obra imprescindible que muchos comparan, sin un ápice de exageración, con el “Maus” de Art Spiegelman. No deben dejarla escapar bajo ningún concepto.


Altarriba, Antonio y Kim. El arte de volar. Edicions de Ponent. Alicante, 2009

domingo, 4 de octubre de 2009

"The Disappointment Artist": las raíces de Jonathan Lethem

Jonathan Lethem es uno de los escritores más destacados de la nueva narrativa postmoderna norteamericana. Autor prolífico (novelista, ensayista y guionista de cómics) y gurú de la cultura Pop, es conocido principalmente por sus dos magníficas novelas “Huérfanos de Brooklyn” y “La fortaleza de la soledad”.
En el año 2005 publicó "The Disappointment Artist", una interesante recopilación de ensayos, de marcado carácter autobiográfico, que permite bucear en sus influencias y obsesiones, que han tenido un claro reflejo en el desarrollo posterior de su obra.

1. Defending the Searchers: En este primer ensayo Lethem explica su obsesión de juventud por “Centauros del desierto”, el western de John Ford, que a menudo era criticado en los años 70 por su supuesta apología del racismo, personificada en Ethan Edwards, el personaje principal interpretado por John Wayne. Lethem defendía el film con uñas y dientes en cualquier foro y ante cualquier detractor y, de hecho, su novela “Paisaje con muchacha” (1998) es un claro homenaje a la película.

2.The Disappointment Artist. Mrs. Neverbody vs Edward Dahlberg: Es probablemente una de las piezas menos interesantes de la recopilación, a pesar de ser la que le da título. En ella el autor narra la relación de su tía, reflejada en la correspondencia que mantenía con su hermano, con su profesor de literatura Edward Dahlberg, un ogro de peculiares ideas. Lethem analiza la relación profesor alumno y los mecanismos de creación literaria a partir de las ideas del profesor.

3. 13, 1977, 21: Lethem cuenta cómo en 1977, a la edad de 13 años, vió 21 veces “La guerra de las galaxias”. La película se convirtió en un lugar en el que sentirse seguro, en un refugio en el que esconderse de un barrio hostil, de un entorno familiar poco ortodoxo y de la grave enfermedad de su madre (que murió poco después a causa de un cáncer). Lethem admite su personalidad obsesiva y su posterior fijación por películas como “Vértigo”, “La fiera de mi niña”, la ya mencionada “Centauros del desierto”, “2001, Odisea del espacio” o “Corrientes de amor” (de John Cassavetes), aunque ninguna de ellas llegó a verla más de 6 ó 7 veces.

4. Speak, Hoyt-Schermerhrorn: Un ejercicio de nostalgia a partir de una estación de metro, ya desaparecida, y que sirvió de escenario para películas míticas como “Pelham 1, 2, 3” o “The Warriors”, que formó parte del paisaje de juventud del autor. Su amor/odio por Brooklyn (donde Lethem pasó su complicada infancia y adolescencia) y, por extensión, por New York, se pone de manifiesto en las dos novelas comentadas al principio, sobre todo en “La fortaleza de la soledad”.

5. Idenfiying with your Parents or the Return of the King: El autor expresa su profundo amor por el mundo del cómic, personificado en la serie “Omega el desconocido” (el propio Lethem se encargo de guionizar la nueva versión que Marvel publicó el año pasado) y, sobre todo, en su devoción por Jack Kirby, el rey del cómic; de hecho Lethem compara el tándem Jack Kirby/Stan Lee con el formado por Lennon/McCartney, donde los primeros ejercían una creatividad desmesurada y los segundos suavizaban y endulzaban aristas para conseguir resultados más “comerciales”. Es curioso también el ejercicio de sociología que realiza a través de los cómics, y cómo las diferencias de enfoque entre autores clásicos (como Kirby) y más jóvenes (como John Byrne) enfatizan la rápida transición de los valores clásicos de los norteamericanos hacia nuevos posicionamientos vitales y morales que, en los años 70, provocaron un gran choque generacional.

6. You don’t know Dick: Extenso análisis de la figura del escritor de ciencia ficción Philip K. Dick, personaje atormentado y autor de una vastísima obra que ejerció una poderosa influencia sobre Lethem, reflejada en obras como “Amnesia Moon” o “Cuando Alice se subió a la mesa”.


7. Lives of the Bohemians: Aquí Lethem retrata su peculiar entorno familiar (la vida en un comuna hippy en Brooklyn), haciendo énfasis en la figura de su padre (que era pintor), a quien admiraba por su trabajo y su capacidad creativa y quien estimuló su vocación artística, pero con el que mantenía una relación complicada.
8. Two or three things I dunno about Cassavetes: Un repaso de parte de la obra del cineasta John Cassavetes, no muy interesante para aquellos que no estén familiarizados con las películas del autor.

9. The Beards: El artículo final está estructurado en breves textos donde Lethem asocia sus recuerdos y vivencias (siempre con el recuerdo de su madre muy presente) con las tres cosas que le han acompañado toda su vida, la música, la lectura y el cine. Por el texto circulan músicos como Robert Fripp,Marvin Gaye, Talking Heads, David Bowie, Pink Floyd, Bob Dylan o Chet Baker; películas como “2001”, “Barry Lyndon”, “The man who fall the earth”, “Sauve qui peut (la vie)”o “Jules et Jim”; y escritores como Philip K. Dick, Don DeLillo, Raymond Chandler, Kurt Vonnegut o Patricia Highsmith.

Un brillante colofón para un libro irregular pero francamente estimulante.

Lethem, J. The Disappointment Artist. Vintage Books. USA, 2005.

martes, 8 de septiembre de 2009

"Los trapos sucios": La fascinación por el lado oscuro

El pasado mes de mayo se publicó "Los trapos sucios" (editado originalmente en el año 2001 con el título de The Dirt), la autobiografía de Mötley Crüe, una de las bandas más representativas de la escena Hard Rock de Los Ángeles de los años 80, que vendió millones y millones de copias de sus trabajos. Para aquellos que no tengan ninguna información previa sobre las andanzas del grupo, la dedicatoria del libro es definitiva:

"Dedicado a nuestras esposas e hijos, con la esperanza de que puedan perdonarnos lo que hemos hecho"

Si yo fuera esposa o hijo de alguno de los miembros de Mötley Crüe la verdad es que me resultaría complicado acceder a esa petición. Y es que Los trapos sucios es un descenso a los infiernos del estrellato del Rock; el lema Sex, Drugs & Rock'n Roll se quedaría absolutamente corto ante lo que estos tipos fueron capaces de perpetrar. A pesar de que ha habido rumores de que muchas de las historias que se cuentan en el libro son exageraciones o, directamente, invenciones orientadas a alimentar su leyenda, los propios miembros del grupo aseguran que todo es absolutamente cierto y que, incluso, han omitido cosas por consejo de sus abogados para evitar problemas legales. Francamente, prefiero no imaginar qué tipo de cosas pueden haber omitido...

Con todo, el libro es fascinante, adictivo y con muchos momentos delirantes; es como la telebasura: te horroriza lo que estás viendo pero te hipnotiza de tal modo que eres incapaz de apartar la vista de la pantalla. Además el libro está estructurado de manera muy hábil, de tal manera que cada uno de los miembros del grupo comenta su propia visión de los hechos (con algunas aportaciones de managers y gente que trabajó con ellos) y, al final, la misma historia se cuenta desde diferentes puntos de vista (al estilo Kurosawa o Tarantino) y uno puede hacerse una idea de la personalidad de cada uno de ellos.

También hay momentos dramáticos, como la enfermedad de la hija de Nikki Sixx, la estancia en la cárcel de Tommy Lee o la enfermedad degenerativa que sufre Mick Mars, que sirven de contrapunto a tanto exceso y amoralidad y que muestran que incluso ellos pueden tener su corazoncito.

En definitiva: posiblemente no se trate del libro de rock definitivo, como algunos han afirmado, pero como documento ilustrativo de una época, de un entorno y de un estilo de vida determinados, es impagable.

Lee, Tommy; Mars, Mick; Neil, Vince y Sixx, Nikki. Los trapos sucios. Es Pop Ediciones. Madrid, 2009.

jueves, 20 de agosto de 2009

Discos y cómic: una pareja bien avenida


La relación entre el mundo de la música y el cómic ha sido tradicionalmente muy fructífera y son numerosos los ejemplos de la colaboración de artistas de cómic o ilustradores en el diseño de portadas de discos; la reciente publicación del libro Vinilos Cómic. 50 años de complicidad entre el cómic y la música así lo corrobora. Se trata de una obra interesante que, a pesar de que el criterio de elección es discutible (y en algún caso metido con calzador) y algunos textos no guardan mucha relación con el tema, en general se hojea con gusto y presenta detalladas fichas informativas sobre los diferentes trabajos que se reseñan.

El libro recoge la mayoría de los clásicos, como el trabajo de Rick Griffin en Aoxomoxoa de Grateful Dead; el Silver Surfer de Marvel para Surfing with the Alien, de Joe Satriani; la ya mítica portada de Robert Crumb para el Cheap Thrills (que encabeza este post) de Big Brother and the Holding Company, el grupo de Janis Joplin, o el curioso diseño de Liberatore para The Man from Utopia de Frank Zappa.

Otras obras paradigmáticas son la mítica portada de Richard Corben para Bat out of Hell, de Meat Loaf; Charles Burns y Brick by Brick de Iggy Pop o los espectaculares dibujos de Frank Fazetta (artista especializado en temáticas fantásticas y de espada y brujería) para los rockeros sureños Molly Hatchet y, especialmente, en el disco Expect No Mercy de Nazareth.

Entre los clásicos, aunque quizá menos conocidos, nos encontramos también con los dibujos de Daniel Clowes para Supersuckers (Smoke of Hell) y The Raunch Hands (Payday) y, finalmente, un trabajo patrio, la portada con los Hermanos Dalton de Morris, para el disco ¿Cuándo se come aquí? de Siniestro Total.

Además de estos ejemplos se pueden encontrar también numerosas curiosidades, como un precioso trabajo de Jean Giraud (Moebius) para una edición francesa de los discos Are You Experienced y Axis: Bold as Love de Jimi Hendrix; una espectacular doble portada de Neal Adams para Who Will Save the World de The Groundhogs; un diseño de Marvel para un Maxi de los raperos Boo-Yaa T.R.I.B.E.; el soberbio trabajo de Robert Crumb para una serie de recopilatorios dedicados a artistas de blues del sello Atlantic y, para terminar, la portada de un Maxi del grupo Flat Duo Jets elaborada por Peter Bagge (el autor de Odio y Mundo Idiota) y un excelente diseño de Chris Ware (uno de los artistas más iconoclastas y revolucionarios del mundo del cómic) para un Maxi del grupo 5ive Style.



Marmonnier, Christian. Vinilos Cómic. 50 años de complicidad entre el cómic y la música. Somoslibros. Barcelona, 2009.

viernes, 17 de julio de 2009

"Watchmen": ¿Una adaptación fallida?


...no es hasta Watchmen, y quizá solamente en Watchmen, cuando guionista y dibujante recaban sobre sí mismos la labor de llevar la historieta un paso más allá, haciendo desde dentro del cómic aquello que sólo puede hacerse en el cómic, un divertimento y a la vez una reflexión, una exploración de sus enormes posibilidades como medio y a la vez un homenaje, un guiño, incluso un sarcasmo. La enorme fuerza de Watchmen, y lo que dificulta su trasvase a otro medio (la novela o el cine) es que nunca deja de ser consciente de su condición de historieta, y que explora y explota los instrumentos de narración del cómic...

Rafael Marín, "W de Watchmen"


La versión cinematográfica de Watchmen no se ha convertido, para disgusto de sus productores, en el Blockbuster que muchos esperaban: a día de hoy lleva recaudados 107 millones de dólares, lejos de los 407 de Batman, el caballero oscuro, de los 403 de Spiderman e incluso por debajo de los 154 de la muy flojita Los cuatro fantásticos, por poner algunos ejemplos de películas basadas en personajes de cómic.

El "problema" de Watchmen es que no se trata de una película de superhéroes al uso, como su campaña de publicidad parecía insinuar: de hecho es un film oscuro, violento y con una notable carga sexual implícita, en definitiva, no apto para todos los públicos.

En realidad la materia prima de la que se parte no es un prodigio de comercialidad: Watchmen, a pesar de ser una obra clave de la historia del cómic, es más una obra de culto que un cómic popular. En este sentido conviene recordar que, a pesar de que se ha comercializado mayoritariamente en formato de novela gráfica, Watchmen fue concebida originalmente en la segunda mitad de los ochenta (en plena crisis creativa y de popularidad del cómic) como una maxi serie limitada de 12 números, por lo que sus personajes carecen de la carga icónica que sí tienen algunos de sus congéneres de DC (Superman o Batman) o Marvel (Spiderman, Iron Man o X-Men), todos ellos en activo ininterrumpidamente desde los años 60 y sus correrías grabadas a fuego en el inconsciente de varias generaciones.

La trama tampoco es un prodigio de acción, ya que el argumento plantea básicamente una reflexión social y política, en la cual los trompazos y decibelios (aunque también los hay en la película) al estilo de los Transformers de Michael Bay están un poco fuera de lugar. Es más, si no se tienen referencias previas o no se ha leido el cómic, la narración puede resultar un tanto extraña y "fría". A todo ello hay que añadir que el aspecto Camp (e incluso ridículo) de los uniformes de los Minutemen difícilmente puede captar la atención de un público acostumbrado a todo tipo de gadgets tecnológicos que, además, posiblemente no esté familiarizado con los personajes. Visto lo visto, pues, es casi lógico que Watchmen haya pinchado en taquilla.

Dejando de lado el aspecto comercial de la película, cabe plantearse si desde una perspectiva, digamos, "artística" Watchmen es una buena película. Antes que nada hay que partir de la base que el cómic original es muy difícil de trasladar fielmente a otro formato, como pone de manifiesto Rafael Marín en su excelente libro W de Watchmen (publicado por Dolmen Editorial), que disecciona de manera impecable el proceso de gestación y creación del cómic de Alan Moore y Dave Gibbons. Watchmen es como una cebolla: quitas una capa y debajo queda otra, y debajo de ésta otra, otra más y así sucesivamente; cada nueva lectura revela detalles que habían pasado desapercibidos; cada página tiene un subtexto camuflado: hay tal cantidad de guiños literarios, artísticos, políticos, sociales, etc. que es materialmente imposible trasladarlos al celuloide.

Dicho esto, comentar que Zack Snyder es un director con talento, como ya demostró en la hiperbólica 300 y, anteriormente, en su opera prima El amanecer de los muertos, el excelente remake de La noche de los muertos vivientes, cuyos diez primeros minutos, un prodigio de tensión dramática, garra y eficacia narrativa, son de lo mejor que se ha visto en una pantalla en los últimos años.
Snyder repite la jugada y vuelve a demostrar su buena mano para las intros: si en El amanecer de los muertos conseguía poner los pelos de punta con los créditos iniciales a ritmo de When the Man Comes Around de Johnny Cash, en Watchmen utiliza una profética The Times They Are a-Changin' de Bob Dylan para ilustrar, en una demostración de síntesis narrativa, el auge y caida de los Minutemen, y contextualizar la trama del film.

Visualmente el film es excelente, en especial las escenas en Marte, y aunque algunos críticos han reprochado a Snyder el abuso del Bullet Time (la ralentización de las imágenes que Matrix puso de moda) y una "espectacularización" excesiva, lo cierto es que la película recrea el ambiente del cómic original de una manera muy respetuosa. Respecto al casting pienso que en general es un acierto, especialmente los papeles de Billy Crudup (Dr. Manhattan) y de un impresionante Jackie Earle Haley (Rorschach).

En cuanto a la narración, hay que decir que fluye de manera muy natural y sin tiempos muertos, a pesar de sus dos horas y media largas de duración e incluso el cambio de final resulta muy coherente con el resto de la película y me parece una mejora (¡Sacrilegio!) respecto del original. Hay que agradecerle también al director que haya renunciado a "infantilizar" el film, tendencia desgraciadamente muy habitual en las películas basadas en cómics, en favor de una perspectiva más "adulta".

En definitiva: Watchmen es una película notable y Snyder ha llevado a cabo posiblemente una de las mejores adaptaciones que se podían hacer, aunque habrá que esperar al Director's Cut en DVD (que superará las tres horas) para corroborarlo.



martes, 30 de junio de 2009

El niño perdido de Neverland

Mucho se ha escrito, y se escribirá, sobre la muerte de Michael Jackson. A pesar de que el personaje público, elevado a la categoría de freaky a causa de sus excentricidades, posiblemente acabe fagocitando al artista, es innegable que Jacko ha sido uno de los iconos Pop de los años 80 y 90.

Es por ello que me gustaría recuperar algunos fragmentos del excelente artículo Michael Jackson, de Gerri Hirshey, publicado originalmente en 1983 en la revista Rolling Stone y que apareció en castellano formando parte del libro Lo mejor de Rolling Stone, editado por Ediciones B en 1995. 26 años después, este artículo ofrece una aproximación al artista y a la persona que se escondían detrás del hombre del guante.

"Vamos allá, chicos." Con esta frase reunía Joe Jackson a sus hijos Jackie, Tito, Jermaine, Marlon y Michael. El "vamos allá" ha venido repitiéndose durante más de las tres cuartas partes de la vida de Michael, en todas las reuniones previas a los conciertos de los hermanos, primero como los Jackson Five en la Motown y ahora como los Jacksons en la Epic. Michael y los Jacksons han vendido cerca de cien millones de discos. De sus dos docenas de singles con la Motown, seis fueron de platino y otros diez de oro. Sólo tenía once años cuando, en 1970, su primer éxito, I Want You Back, desplazó del número uno al Raindrops Keep Fallin' on My Head de B.J. Thomas.

- Es tan mágico... -dice Michael, refiriéndose a James Brown, y reconoce que para su peculiar coreografía se ha inspirado en los movimientos del Padrino sobre el escenario-. Yo estaba entre bastidores cuando tenía seis o siete años. Me sentaba allí y le observaba.

El parvulario de Michael fue el sótano del teatro Apollo de Harlem. Era demasiado tímido para dirigirse a los artistas que seguían a la actuación de los Jackson Five... que iban desde Jackie Wilson a Gladys Knight, pasando por las Temptations y Etta James. Pero sentía la necesidad de ver todo lo que hacían: cómo James Brown se deslizaba, daba media vuelta y saltaba y aún le daba tiempo a repetirlo antes de que el micrófono tocase el suelo.

Durante los últimos meses se le ha visto trabajando en tres proyectos: su recientemente editado Thriller, el trabajo que desarrolla con Paul McCartney, que incluirá dos colaboraciones Jackson-McCartney, Say, Say, Say y The Man, y la narración y una canción de la banda sonora de E.T., para el director Steven Spielberg. En los ratos libres ha escrito y producido el single de Diana Ross Muscles. Es sin duda un joven dinámico. Ya está mirando más alla del álbum que tiene previsto editar con los Jacksons este invierno. Hay la posibilidad de realizar una gira en primavera. Y después están las películas. Desde que hizo el papel de espantapájaros en The Wiz tiene el dormitorio abarrotado de guiones.

- Lo controla todo -dice Spielberg-. A veces a los demás les parece que oscila al borde de la penumbra, que es frágil, pero detrás de todo lo que hace existe una enorme y consciente tenacidad. Es muy calculador acerca de su carrera y de las decisiones que toma. Creo que es un hombre con dos personalidades.

En el estudio, Quincy Jones (productor de los discos Off the Wall y Thriller) observó que su profesionalidad había madurado. De hecho, el olfato de Michael para lo que le conviene es tal que Jones empezó a llamarle Sabueso Afortunado y cuando un conflicto entre sus empresas puso en cuarentena su colaboración, Sabueso no se inmutó y dirigió el oído hacia sus propios ritmos. Y en verdad, las piezas más memorables de Off the Wall son las melodías bailables compuestas por Jackson. Working Day and Night, con sus compases de resposo y su puntuación marcada sólo podía haber sido compuesta por un bailarín. Don't Stop'Til You Get Enough, el single más vendido del álbum, está también a caballo entre la moderación y el desenfreno.

Una criatura como Michael es el perfecto híbrido Pop para los años ochenta. El público marginal no se asusta de las letras groseras. Y los privilegiados que bailan en los barrios altos pueden saltar y deslizarse por las enceradas pistas de baile. Thriller es tan ecléctico que incluye cantos africanos y algo de excelente guitarreo macho-rock de Eddie Van Halen. Ahora le han puesto la etiqueta de Pop-Soul. Michael dice que da igual cómo le llamen. Para él sigue siendo un misterio de dónde sale todo esto... así como el propio proceso creativo.

"Es una persona sumamente frágil. Creo que para él el simple hecho de ir por la vida, de entrar en contacto con gente, es muy duro, por no hablar de preocuparse de adónde va el mundo.

..."¿Sabes una cosa? Las paredes de mi cuarto están llenas de dibujos de Peter Pan. He leído todo lo que escribió [el autor J.M.] Barrie. Me siento completamente identificado con Peter Pan, el chico perdido del país de Nunca Jamás."

- Tú bailas en público. Claro que lo haces, por toda tu página de Rolling Stone. También tú necesitas actuar. Pero cuando lo has hecho puedes correr a esconderte. Nadie te persigue.
Michael me dejó de piedra . Se echó a reir y me puso una mano en el hombro.
- Créeme lo que te digo... no sabes lo afortunado que eres.

Textos extraidos de:
Lo mejor de Rolling Stone. Una lúcida crónica de nuestro tiempo. Ediciones B. Barcelona, 1995.
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