domingo, 18 de octubre de 2009

"True Blood": Los vampiros salen del armario


Indudablemente el vampiro es uno de los iconos más potentes y con más capacidad de fascinación de la cultura pop. La figura del bebedor de sangre siempre ha estado presente en mitos, leyendas y relatos de todas las culturas, aunque es a partir de la publicación de la novela “Drácula” de Bram Stoker (1897) cuando la figura del vampiro se “institucionaliza” y se incorpora definitivamente al imaginario colectivo con la ayuda de películas como “Nosferatu” (1922), con un terrorífico Max Schreck como protagonista; “Drácula” (1931), con Bela Lugosi ejerciendo de vampiro elegante y decadente y, finalmente, el remake de “Drácula” de la productora inglesa Hammer Films (1958) con el protagonismo de Christopher Lee, que incorpora a su personaje poderosas connotaciones sexuales.

En los últimos años el filón vampírico ha seguido explotándose a través de diferentes medios, ya sea en cine: “Noche de miedo” (Tom Holland, 1985), “Jóvenes Ocultos” (Joel Schumacher, 1987), “Drácula” (Francis F. Coppola, 1992), “Blade” (Stephen Norrington, 1998), “Vampiros” (John Carpenter, 1998), “Underworld” (Len Wiseman, 2003), “Van Helsing” (Stephen Sommers, 2004) o la excelente “Déjame entrar” (Tomas Alfredson, 2008); en televisión: “El señor de las tinieblas” (1989-1996), “Secta de sangre” (1996), "Buffy” (1997‑2003) o “Angel”, un spin-off de “Buffy” (1999-2004); o en literatura: desde “Soy leyenda” de Richard Matheson (1954), pasando por “El misterio de Salem’s Lot” (1975), de Stephen King, la saga de “Entrevista con el Vampiro” de Anne Rice (1976-2003) o la más recientes “The Southern Vampire Mysteries” (2001-2010), de Charlaine Harris o las sagas “Crepúsculo”, de Stephenie Meyer (2003-2009) o “Nocturna” (2009) de Chuck Hogan y Guillermo del Toro, por citar solo algunas de las más conocidas.

Siguiendo esta tónica, durante el pasado mes de junio se estrenó en Estados Unidos, en medio de una gran expectación, la segunda temporada de la serie de HBO “True Blood”, después del gran éxito cosechado por los primeros 12 episodios (emitidos aquí por Canal+ con el título “Sangre fresca”). Como ya es norma en HBO, se trata de una serie muy interesante que presenta una inusual mezcla de géneros. Creada (a partir de los anteriormente mencionados relatos de The Southern Vampire Mysteries) por Alan Ball, autor de la mítica serie “A dos metros bajo tierra” y ganador del Oscar al mejor guión original por “American Beauty”, “True Blood” plantea una situación de partida francamente sugestiva: los vampiros existen y como, gracias a la invención de una bebida elaborada con sangre sintética (la True Blood que da título a la serie), ya no necesitan alimentarse de seres humanos, reclaman su lugar en la sociedad con plenos derechos. Lógicamente esta pretensión provoca miedo, desconfianza, intensos debates públicos y la oposición frontal de grupos integristas religiosos. Pero todavía hay más: vampiros y vampiras ejercen una poderosa atracción sexual sobre los humanos y su sangre actúa como una potente droga de efectos lisérgicos y afrodisíacos, con la cual se trafica sin muchos escrúpulos.

A partir de este escenario la serie, ambientada en un pueblo de Louisiana, gira alrededor de la relación entre la humana Sookie Stackhouse (Anna Paquin) y el vampiro Bill Compton (Stephen Moyer). Sookie es una chica “especial”, ya que tiene la capacidad de leer la mente, cosa que le provoca una gran angustia pues ha de concentrarse para no hacerlo y eso hace que su comportamiento a veces sea incomprensible para los que le rodean. La atracción por Bill se basa, aparte de en el “morbo” comentado anteriormente, en el hecho de que Sookie es incapaz de leer sus pensamientos, cosa que le permite estar relajada y ser “ella misma”. Ciertamente la pareja protagonista desprende una química potente y ambos hacen un trabajo más que notable. A destacar también la excelente galería de personajes secundarios, como Jason Stackhouse (Ryan Kwanten), el atractivo pero corto de mollera hermano de Sookie; la cascarrabias Tara Thornton (Rutina Wesley), amiga íntima de la protagonista; el inquietante Eric Northman (Alexander Skarsgard), el “sheriff” de los vampiros en Louisiana y que regenta un local vampírico llamado Fangtasia; el impagable Lafayette Reynolds (Nelsan Ellis), cocinero del bar donde trabaja Sookie, además de gigoló homosexual y traficante o Jessica Hamby (Deborah Ann Woll), una vampiresa adolescente que sufre los problemas típicos de su edad y que es un auténtico hallazgo.

Antes comentaba que la serie mezcla diferentes géneros: drama romántico, thriller sobrenatural con toques de comedia, terror e, incluso, costumbrismo sureño (no podían faltar los “rednecks” característicos de la zona). Si bien esta mixtura es parte del encanto de la serie, paradójicamente es también su principal defecto, ya que a veces cae en una cierta indefinición y desprende la sensación de que quiere tocar todos los palos quedándose a mitad de camino. Otra de las señas de identidad de la serie es su carácter explícito: las escenas “gore” abundan, así como las de fuerte carga sexual. A todo ello hay que añadirle el típico sentido del humor, entre negro y absurdo, de Alan Ball.

Todos estos elementos conforman un singular y atractivo entramado con capacidad de atraer a todo tipo de público. Para redondear la faena el autor, con su mala leche característica, introduce unas cuantas “cuñas” en forma de segundas lecturas sobre la moral, la igualdad, la religión, las drogas o la condición sexual que ponen la guinda a una serie que, si bien no es perfecta, es absolutamente reivindicable.

sábado, 10 de octubre de 2009

"El arte de volar": La memoria de la derrota


Mi padre se suicidó el 4 de mayo de 2001. Nadie sabe cómo un hombre de su edad y en su estado pudo burlar los controles de vigilancia, subir hasta la cuarta planta, encaramarse a una ventana y arrojarse al vacío. Yo sí sé cómo lo hizo. Soy el único que puede saber cómo lo hizo porque, aunque no estaba allí, estaba en él. Siempre he estado en él porque un padre está hecho de sus hijos posibles y yo soy el único hijo que le fue posible a mi padre. Desciendo de mi padre, soy su prolongación y, cuando todavía no había nacido ya participaba, como potencial genético, de todo lo que le ocurría. Por eso sé cómo murió y también cómo vivió. Me contó muchas veces sus peripecias incluso, para paliar los primeros síntomas de la depresión, le insistí en que las escribiera. Dejó doscientas cincuenta cuartillas de letra apretada y rebosante de recuerdos. Pero lo que sé de él no es por haberlo oído o leído, lo que sé de su vida es porque, como he dicho, yo estaba en él o, quizá, era él y ahora, una vez muerto, él está en mí. Así que puedo contar su vida con la verdad de sus testimonios y la emoción de una sangre que aún corre por mis venas. De hecho voy a contar la vida de mi padre con sus ojos pero desde mi perspectiva. Puedo por lo tanto asegurar que fue así como se suicidó. Puedo igualmente asegurar que, aunque parecieran unos pocos segundos, mi padre tardó noventa años en caer de la cuarta planta.

Así empieza “El arte de volar”, precedida por un sentido y excelente prólogo de Antonio Martín, la obra de Antonio Altarriba (guionista) y Kim (dibujante), dos artistas en estado de gracia que han parido un cómic que se ha convertido desde ya en un referente futuro del género en este país y clarísimo candidato, por clamor popular, a obtener el Premio Nacional del Cómic de 2009.

Estamos ante una obra conmovedora y emocionante que, por momentos, me ha hecho saltar las lágrimas y que narra la Vida de Antonio Altarriba Lope, desde su nacimiento en Peñaflor, un pueblecito de Aragón, hasta su muerte en Logroño. Su historia es la historia de toda una generación de idealistas derrotados, que lucharon por cambiar el mundo y perdieron, que vivieron la miseria económica y moral de la postguerra, que tuvieron que renunciar a su dignidad para sobrevivir y que se vieron obligados a traicionar sus principios, a soportar un durísimo exilio interior, para acabar convertidos en aquello contra lo que estuvieron combatiendo.

Crudo y descarnado, aunque no exento tampoco de ternura y humor, “El arte de volar” es un prodigio de eficacia narrativa. A partir de un simbólico leit motiv (dos alianzas: una de sangre y otra de plomo) el relato se estructura a través de una introducción y cuatro partes (que corresponden a cada una de las plantas que va recorriendo el cuerpo de Antonio Altarriba Lope en su caída). La primera narra los primeros años del protagonista en el pueblo hasta su huida a la ciudad, escapando de un ambiente de miseria y asfixia existencial. La segunda, la más extensa, describe los prolegómenos de la guerra civil, su desarrollo y el posterior exilio en Francia. La tercera cuenta la vuelta de Altarriba a una España dominada por el miedo, corrupta y estraperlista. Y, finalmente, la cuarta se centra en los últimos años del protagonista, que transcurren en una residencia para ancianos, hasta que toma la decisión de quitarse la vida.

El trabajo de Kim es impecable. Acostumbrados al registro de trazo grueso de su “Martínez el Facha”, que publica en el semanario “El Jueves”, su grafismo es sutil y elegante y su composición de viñetas se integra perfectamente en el texto. Son especialmente brillantes las escenas oníricas y las de las alucinaciones que sufre Altarriba a causa de la medicación contra la depresión, que llegan a resultar estremecedoras.

Y si el capítulo gráfico es excelente, el guión, emotivo y extraordinariamente bien escrito, roza la perfección. Aunque supongo que para Antonio Altarriba debió ser una experiencia muy dura y amarga (aunque catártica) poner negro sobre blanco la historia de su padre, no se me ocurre mejor homenaje para él, y por extensión para toda una generación, que legar a la posteridad un trabajo de este calibre.

En resumidas cuentas: una obra imprescindible que muchos comparan, sin un ápice de exageración, con el “Maus” de Art Spiegelman. No deben dejarla escapar bajo ningún concepto.


Altarriba, Antonio y Kim. El arte de volar. Edicions de Ponent. Alicante, 2009

domingo, 4 de octubre de 2009

"The Disappointment Artist": las raíces de Jonathan Lethem

Jonathan Lethem es uno de los escritores más destacados de la nueva narrativa postmoderna norteamericana. Autor prolífico (novelista, ensayista y guionista de cómics) y gurú de la cultura Pop, es conocido principalmente por sus dos magníficas novelas “Huérfanos de Brooklyn” y “La fortaleza de la soledad”.
En el año 2005 publicó "The Disappointment Artist", una interesante recopilación de ensayos, de marcado carácter autobiográfico, que permite bucear en sus influencias y obsesiones, que han tenido un claro reflejo en el desarrollo posterior de su obra.

1. Defending the Searchers: En este primer ensayo Lethem explica su obsesión de juventud por “Centauros del desierto”, el western de John Ford, que a menudo era criticado en los años 70 por su supuesta apología del racismo, personificada en Ethan Edwards, el personaje principal interpretado por John Wayne. Lethem defendía el film con uñas y dientes en cualquier foro y ante cualquier detractor y, de hecho, su novela “Paisaje con muchacha” (1998) es un claro homenaje a la película.

2.The Disappointment Artist. Mrs. Neverbody vs Edward Dahlberg: Es probablemente una de las piezas menos interesantes de la recopilación, a pesar de ser la que le da título. En ella el autor narra la relación de su tía, reflejada en la correspondencia que mantenía con su hermano, con su profesor de literatura Edward Dahlberg, un ogro de peculiares ideas. Lethem analiza la relación profesor alumno y los mecanismos de creación literaria a partir de las ideas del profesor.

3. 13, 1977, 21: Lethem cuenta cómo en 1977, a la edad de 13 años, vió 21 veces “La guerra de las galaxias”. La película se convirtió en un lugar en el que sentirse seguro, en un refugio en el que esconderse de un barrio hostil, de un entorno familiar poco ortodoxo y de la grave enfermedad de su madre (que murió poco después a causa de un cáncer). Lethem admite su personalidad obsesiva y su posterior fijación por películas como “Vértigo”, “La fiera de mi niña”, la ya mencionada “Centauros del desierto”, “2001, Odisea del espacio” o “Corrientes de amor” (de John Cassavetes), aunque ninguna de ellas llegó a verla más de 6 ó 7 veces.

4. Speak, Hoyt-Schermerhrorn: Un ejercicio de nostalgia a partir de una estación de metro, ya desaparecida, y que sirvió de escenario para películas míticas como “Pelham 1, 2, 3” o “The Warriors”, que formó parte del paisaje de juventud del autor. Su amor/odio por Brooklyn (donde Lethem pasó su complicada infancia y adolescencia) y, por extensión, por New York, se pone de manifiesto en las dos novelas comentadas al principio, sobre todo en “La fortaleza de la soledad”.

5. Idenfiying with your Parents or the Return of the King: El autor expresa su profundo amor por el mundo del cómic, personificado en la serie “Omega el desconocido” (el propio Lethem se encargo de guionizar la nueva versión que Marvel publicó el año pasado) y, sobre todo, en su devoción por Jack Kirby, el rey del cómic; de hecho Lethem compara el tándem Jack Kirby/Stan Lee con el formado por Lennon/McCartney, donde los primeros ejercían una creatividad desmesurada y los segundos suavizaban y endulzaban aristas para conseguir resultados más “comerciales”. Es curioso también el ejercicio de sociología que realiza a través de los cómics, y cómo las diferencias de enfoque entre autores clásicos (como Kirby) y más jóvenes (como John Byrne) enfatizan la rápida transición de los valores clásicos de los norteamericanos hacia nuevos posicionamientos vitales y morales que, en los años 70, provocaron un gran choque generacional.

6. You don’t know Dick: Extenso análisis de la figura del escritor de ciencia ficción Philip K. Dick, personaje atormentado y autor de una vastísima obra que ejerció una poderosa influencia sobre Lethem, reflejada en obras como “Amnesia Moon” o “Cuando Alice se subió a la mesa”.


7. Lives of the Bohemians: Aquí Lethem retrata su peculiar entorno familiar (la vida en un comuna hippy en Brooklyn), haciendo énfasis en la figura de su padre (que era pintor), a quien admiraba por su trabajo y su capacidad creativa y quien estimuló su vocación artística, pero con el que mantenía una relación complicada.
8. Two or three things I dunno about Cassavetes: Un repaso de parte de la obra del cineasta John Cassavetes, no muy interesante para aquellos que no estén familiarizados con las películas del autor.

9. The Beards: El artículo final está estructurado en breves textos donde Lethem asocia sus recuerdos y vivencias (siempre con el recuerdo de su madre muy presente) con las tres cosas que le han acompañado toda su vida, la música, la lectura y el cine. Por el texto circulan músicos como Robert Fripp,Marvin Gaye, Talking Heads, David Bowie, Pink Floyd, Bob Dylan o Chet Baker; películas como “2001”, “Barry Lyndon”, “The man who fall the earth”, “Sauve qui peut (la vie)”o “Jules et Jim”; y escritores como Philip K. Dick, Don DeLillo, Raymond Chandler, Kurt Vonnegut o Patricia Highsmith.

Un brillante colofón para un libro irregular pero francamente estimulante.

Lethem, J. The Disappointment Artist. Vintage Books. USA, 2005.
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