domingo, 29 de noviembre de 2009

¿Una teoría del Rock?



La música popular contemporánea (lo que entenderíamos como rock y pop) es, indudablemente, uno de los fenómenos culturales más excitantes de la segunda mitad del s. XX y, en mi opinión, está al mismo nivel que el cine, la literatura o el arte. A pesar de que tradicionalmente ha sido considerada como algo propio de la llamada baja cultura, hoy en día no tiene demasiado sentido establecer jerarquías culturales, como comentaba en un post anterior. Del mismo modo, pues, que existen estudios y teorías literaria, artística y cinematogràfica, parece lógico pensar que debiera existir también una disciplina que se encargara específicamente de estudiar este género, que únicamente y de refilón ha sido abordado por la teoría cultural; variadas y poderosas razones habría para ello.

Por su valor intrínseco: la música produce placer y desde siempre ha sido un elemento básico para proporcionar diversión, entretenimiento y, también, reflexión. Su evolución, además, la ha convertido en un fenómeno dinámico y digno de estudio por su capacidad de diversificación y adaptación, sobre todo a partir de la introducción de avances tecnológicos: electrificación/amplificación de los instrumentos, creación de aparatos capaces de generar nuevos sonidos (sintetizador, sampler, etc.), incorporación de medios digitales, etc.

Por su papel como medio de comunicación: En muchas ocasiones la música se ha convertido en un altavoz para denunciar problemas y expresar inquietudes de determinados colectivos. La música negra de los años 60 y principios de los 70 sería un referente muy claro: Aretha Franklin y su canción Respect; James Brown cantando Say it Loud, I’m Black and I’m Proud; Marvin Gaye enfrentándose a su compañía, que se negaba a publicar su obra maestra What’s Going On por ser demasiado “comprometida” (aunque paradójicamente fue el disco más vendido de Motown en toda su historia); Sly and The Family Stone, con su disco There’s a Riot Going On o Curtis Mayfield con Superfly. Todos ellos denunciaron la marginación que sufría la población negra durante esa época y fueron un elemento clave en la lucha por los derechos civiles.

Otro referente más cercano es el Hip-Hop, sobre el que el periodista Juan Pascual, a principios de los años 90, afirmaba en la revista "RockdeLux":

“Es habitual atacar al Rap por sus connotaciones violentas, adaptando esa idea tan extendida de matar al mensajero cuando no nos gusta lo que dice en vez de intentar entender su mensaje. Un mensaje necesariamente poco agradable si tenemos en cuenta la realidad cotidiana que pretende reflejar; unos cuantos datos: entre los hombres de raza negra de entre 16 y 34 años, el asesinato es la principal causa de muerte, generalmente a manos de miembros de su propia raza. La mitad de la población reclusa de los Estados Unidos es de raza negra. El impacto del paro, la pobreza y las drogas afecta enormemente a la estructura familiar, base tradicional de los valores de la comunidad y clave para su supervivencia”.

Así pues, la música ha funcionado también como una especie de “telediario” (siempre es bueno buscar alternativas a la Fox...) que permite saber, parafraseando a Marvin Gaye, qué está pasando.

Por ser un motor de cambio: la música ha actuado a menudo como catalizador de cambio o conflicto social: la eclosión del Rock'n Roll, personificada en la actuación televisada de Elvis Presley en el programa de Ed Sullivan, produjo un impacto brutal en la conservadora sociedad norteamericana. “El efecto que el Rock’n Roll produce en los jóvenes es el de convertirlos en adoradores del diablo, en el de estimular su expresividad a través del sexo". De esta manera se expresaba (y no se rían, que lo decía en serio) en 1956 el reverendo Albert Carter, uno de los máximos dirigentes de la Iglesia Pentecostista americana.

El final de la II Guerra Mundial originó un conflicto moral, provocado por el tránsito de una sociedad rural a una sociedad urbana y por el deseo de independencia de los jóvenes norteamericanos, este conflicto representó una ruptura de los valores morales tradicionales y puritanos de la sociedad. En este sentido, los jóvenes no dudaron en utilizar el Rock'n Roll como arma en esa guerra generacional que se estaba librando. La influencia de la música fue tan grande que muchos rasgos culturales urbanos, considerados lumpen, propios de subculturas juveniles, de gangs de pseudodelincuentes o, directamente, de “negros”, como lenguajes en argot, determinadas maneras de vestir, etc. fueron adoptados por jóvenes de cualquier extracción social. De hecho “Rock’n Roll” era el término que se utilizaba en algunas comunidades negras para referirse al noble arte del fornicio.

Por ser productora de significado y cultura: la música ha sido siempre un elemento imprescindible para entender fenómenos como el ya mencionado cambio social de postguerra, la contracultura de los años 60, la crisis del petróleo de los 70 o la cultura Rave y el consumo de drogas sintéticas de los 90, ademas de ser un elemento importante en la configuración de la identidad entre los jóvenes.

Por su capacidad de transgresión: Todos los elementos comentados están estrechamente relacionados entre sí, aunque posiblemente uno de los rasgos destacables de la música popular sea su potencial capacidad transgresora aunque, como ya comenté en este mismo espacio, parece estar en vías de extinción. En este sentido la actitud de del público también ha ido cambiando y la música ya no es un instrumento para desafiar al “sistema” (al menos no de manera explícita): el carácter hedonista propio de la postmodernidad ha acabado convirtiéndola en un elemento más de ocio y evasión, es el signo de los tiempos... Pero, ¿sería esto algo negativo? Como todo en la vida, depende de cómo se mire, hace ya bastantes años Rafa Cervera, crítico musical y director de la revista "Ruta 66" escribió:

“Hoy en día los comentarios sobre el Punk tienden a un aburrido punto en común; no sirvió de nada... No estoy de acuerdo. Desde la perspectiva actual es fácil emitir tales juicios. La era Punk, como la Hippy, llegó para cambiar las cosas y, por supuesto, no lo consiguió. Claro que tampoco ganaron ninguna revolución Elvis ni los Beatles así que, ¿por qué ese desprecio hacia aquellos que se atrevieron a desafiar al sistema, aún cuando acabaron siendo absorbidos por él? No es justo intentar reírse del Punk porque fue algo que acabó al servicio de aquello que supuestamente combatía. No es justo negarle todos sus valores... en este caso, como en todos los que han hecho posible el Rock a lo largo de la historia, importan la intención y los medios... Si la música Punk te hace saltar del sofá, logra que los nervios se te disparen y te afecta de tal manera que acabas por coger una batería y dar la murga en los ratos libres, o mandas a la mierda al ser que más te da la tabarra, bueno... eso tiene que ver con el espíritu del Punk."

Y además, añado, se queda uno muy a gusto...

A pesar de todo lo expuesto, parece complicado esperar la creación de una "ciencia" del Rock que responda a los cánones tradicionales. Uno de los pocos estudiosos de la música popular contemporánea del país, el poeta y experto en comunicación audiovisual Joan Elies Adell lo tiene claro:

"Parece, en muchos casos, que discutir públicamente de música popular contemporánea, con su carácter inevitablemente social, tenga mucho que ver con una especie de violación de la regla clásica de la distancia estética, al mezclar lo subjetivo, lo personal, lo irracional, lo intuitivo con el carácter social, objetivo e ideológico que forma parte de la esfera pública... la música no es "solo" una tecnología social que produce o reproduce significados, valores, e imágenes para los receptores; sino que, también, a diferencia de la influencia ejercida por la música "clásica", puede inyectar en la música un sentido de lo personal, de lo político y de lo social...".

Aunque, bien mirado, no es que tampoco haga mucha falta: el peso específico del pop y el rock en la configuración de las sociedades modernas es innegable, por muy de "baja cultura" que sea considerado, convertirlo en una disciplina, más o menos, académica atentaría quizá contra su propio espíritu.

Adell, J.E. La música popular contemporánea y la construcción de sentido. Revista Transcultural de Música en: www.sibetrans.com/trans/trans3/adell.htm

sábado, 28 de noviembre de 2009

25 aniversario de Rockdelux (tercera parte)



Continuamos con el repaso de este número conmemorativo con el excelente artículo redactado por Joan Pons dedicado a la ficción televisiva, que, en sus propias palabras, se ha convertido por méritos propios en un fenómeno cultural y espacio creativo de primera categoría. Las series destacadas, por diferentes razones, han sido: Los Soprano, sin ninguna duda la que inició la edad de oro del género, Mad Men, Deadwood, el fenómeno masivo Lost, la interesante Battlestar Galactica, 24, Larry David, The Office (versión inglesa) y, finalmente, la imprescindible The Wire.

Aunque quizá, en su línea innovadora, la iniciativa más interesante haya sido la propuesta a diferentes dibujantes de cómic y artistas gráficos para que plasmaran su visión de los mejores 15 singles de la década, cada uno con su estilo. Así, Nacho Antolín se encarga del núm. 1 Get Ur Freak On, de Missy Elliot; el expresivo Paco Alcázar de Hey Ya!, de Outkast; Juanjo Sáez, colaborador habitual de la revista ilustra con su particular estilo Losing My Edge, de LCD Soundsystem; Pepo Pérez hace lo propio con una atractiva ilustración para Paper Planes, de M.I.A.; al polifacético Txarly Brown le toca Crazy, de Gnarls Barkley; Joaquín Reyes (si, el de Muchachada Nui) dibuja para Crazy in Love, de la diva Beyoncé y Fermín Solís para Blind, de Hercules and Love Affair. Por su parte, Sonia Pulido realiza un curioso dibujo en homenaje a Take Me Out, de Franz Ferdinand, al igual que el sorprendente Paco Roca con Imitation of Life, de R.E.M.; Miguel Á. Martín lidia con Music, de Madonna, Rafamateo se encargó de Can't Get You Out of My Head, de Kylie Minogue; Sequeiros con Umbrella, de Rihanna. Finalmente, lo tres últimos son Hard to Explain, de The Strokes, con un dibujo de trazo expresionista a cargo de Javier Olivares (para mi gusto uno de los mejores) Since I Left You de The Avalanches para Jordi Labanda, fiel a su estilo "pijo" y un clásico, Gallardo, remata la faena con Viva la vida de Coldplay.

Comentar también dos excelentes artículos de fondo: El clic prodigioso, firmado por Pablo Gil, que realiza una lúcida reflexión  sobre el impacto de las tecnologías digitales sobre los procesos de creación y distribución de música y La industria musical española después del tsunami, de Nando Cruz que, siguiendo la línea del artículo anterior, hace un resumen de la evolución de la misma en estos últimos 10 años, constata la paradoja que uno de los momentos creativos más dulces coincide con el momento en que menos música se vende y recoge las opiniones de profesionales del sector (programadores, directores de festival, dueños y directivos de sellos discográficos, etc.), que aportan luz sobre el tema con sus propias experiencias. En este sentido, destacar el discurso directo y desmitificador del veterano Mario Pacheco (director de Nuevos Medios, uno de los sellos nacionales más prestigiosos):

"No hay que pensar tanto en los factores tecnológicos e industriales que nos han absorbido últimamente sino en lo que pasa por las cabezas de la gente: hacia dónde va el pop como fenómeno cultural, no como producto de consumo. Nos hemos olvidado de qué estamos haciendo, qué quiere oir la gente, qué quiere hacer el músico. Luego, si se vende en vinilo o casete, ya ves tú qué importancia. ¿Por qué tanta polémica? ¿Por qué se han llenado tantas páginas? ¿Por qué he de discutir con un señor que dice que de las cenizas de un mundo antiguo surgira uno nuevo? Yo solo quiero grabar cuatro cancioncitas. No estoy filosofando sobre el futuro del planeta. ¡Es muy fácil! Grabas a un músico, sacas el disco y pasas la boina".

Ya para terminar, aplaudir la linea que ha seguido la revista durante estos últimos años: innovadora en forma (una maquetación y diseño excelentes) y contenidos, rigurosa y con conocimiento de causa (aunque no se coincida con los gustos de los redactores) y siempre abierta a incorporar temas no estrictamente relacionados con la música, como crítica de comics y literatura e, incluso, artículos de opinión sobre temas sociales y políticos, que en ocasiones, han creado controversia entre los propios lectores.

Feliz cumpleaños, pues, y a esperar las bodas de oro.

domingo, 22 de noviembre de 2009

25 aniversario de Rockdelux (segunda parte)



En cuanto a los mejores discos internacionales, antes que nada he de decir que no comparto demasiado los criterios musicales de la revista: lo mío es el rock visceral y el pop guitarrero, qué le vamos a hacer... A pesar de todo gracias a Rockdelux he hecho algunos descubrimientos que ahora forman parte de mi universo musical, al César lo que es del César. Pero vayamos ya a lo que interesa: las tres primeras posiciones han sido para Merryweather Post Pavillion, de Animal Collective; Illinoise, de Sufjan Stevens y Skantonia, de Outkast.

Otros trabajos destacados han sido Kala, de M.I.A. (una bomba, de obligada escucha); LCD Soundsystem, del grupo del mismo nombre liderado por James Murphy; A Ghost is Born, de Wilco; Funeral, de los canadienses Arcade Fire y el fantástico This Is It, de The Strokes. La cuota British se cubre con Franz Ferdinand, el bombazo que representó Whatever People Say I Am... de Arctic Monkeys y The Libertines, el ex-grupo de Pete Doherty y Carl Barat. También hay menciones especiales para trabajos más o menos recientes de artistas incombustibles como Bruce Springsteen, Lou Reed, Nick Cave, el desaparecido Johnny Cash, Bob Dylan o Tom Waits.

Respecto a los discos españoles, el primer lugar ha sido, como no, para Los Planetas y su disco La leyenda del espacio; el segundo puesto se lo ha llevado El mundo según, de Sr. Chinarro y el tercero el interesante Cajas de música difíciles de parar, de Nacho Vegas.

Aparte del podio, lo más interesante de la lista nacional es comprobar que:

1. El Hip-Hop nacional se ha consolidado como un estilo propio y con aportaciones notables: Mala Rodríguez, 7 Notas 7 Colores, Violadores del Verso, Tote King o Sólo los Solo.

2. La pujanza del Pop català (que comenté hace ya un tiempo en otra página de la red, La finestra digital) es un hecho indiscutible y ha conseguido colocar siete discos en el ránking, con excelentes artistas como Antònia Font, Manel, La Troba Kung-Fú, Sisa, Roger Mas, Mishima o Nisei.

3. El dinamismo del panorama musical, que posibilita el surgimiento de artistas muy prometedores como los controvertidos Manos de Topo, los sorprendentes El Guincho y Joe Crepúsculo y la deliciosa La Bien Querida.

4. Finalmente, la ausencia total de artistas "clásicos", con las honrosas excepciones de Morente, Vainica Doble y del ya fallecido Carlos Berlanga.

Para acabar la parte musical, la revista hace un repaso de los mejores conciertos de la década, siendo los tres primeros el de Kanye West en Barcelona durante el año 2006, el de Sufjan Stevens también en Barcelona en 2006 y el de Animal Collective en el Tanned Tin de Castellón en 2005. En la lista destacan también el reciente concierto de Leonard Cohen en el Palau Sant Jordi, la ensordecedora actuación de My Bloody Valentine en la última edición del Primavera Sound, la presencia de Rufus Wainwright en el Apolo barcelonés en 2005 y la performance de Tom Waits el año pasado en el Auditori del Fòrum.

En unos días el tercer y último post sobre el tema.

viernes, 20 de noviembre de 2009

25 aniversario de Rockdelux (primera parte)



Rockdelux, una de las publicaciones musicales más veteranas del país, ha publicado este mes de noviembre un número especial con motivo de sus veinticinco años de vida, toda una hazaña para una publicación de sus características. Fiel a su estilo elitista y un punto snob que, admitámoslo, es parte de su encanto, la revista aprovecha la ocasión para hacer un resumen de lo mejor de la década 2000-2009 en forma de listas con 20 cómics, 30 películas, 20 libros, 60 discos nacionales,100 internacionales y 25 conciertos.

Empecemos con el cómic: la medalla de oro se la lleva el Catálogo de Novedades Acme, de Chris Ware, sin duda uno de los artistas más creativos y revolucionarios del género; el aclamado Epiléptico. La ascensión del gran mal, de David B. ha quedado en segundo lugar mientras que Fun Home. Una familia tragicómica, de Alison Bechdel, una de les revelaciones del pasado año, ha quedado en el tercer puesto. Otros nombres destacados del ránking son Dk2: El señor de la noche contraataca y El gato del rabino, de Frank Miller y Joann Sfar respectivamente. Hay que destacar también la numerosa representación nacional (síntoma de la buena salud de la que goza el cómic español) entre los que destacan la sorprendente y divertida Las Aventuras del Capitán Torrezno, de Santiago Valenzuela: El arte de volar, de Altarriba y Kim, recientemente comentado en estas páginas; la ácida y demoledora Dinero, de Miguel Brieva y Bardín el superrealista, del genial e incombustible Max.

En cuanto a las tres mejores películas, hay que decir que son poco discutibles: no hay duda de que ¡Olvídate de mí! (Michael Gondry), Kill Bill (Quentin Tarantino) y Promesas del Este (David Cronenberg) se encuentran entre lo mejorcito de la década. Los redactores han incluído en el ránking un documental como Grizzly Man (Werner Herzog), la no suficientemente reivindicada 24 hour party people (Michael Winterbottom), dos films de directores clásicos como Antes que el diablo sepa que has muerto (Sidney Lumet) y Mystic River (Clint Eastwood); joyas orientales como Deseando amar (Wong Kar-Wai) o El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki) y las sorprendentes, por venir de paises con poca tradición cinematógrafica como Rumanía y Suecia, 4 meses, 3 semanas y 2 días, de Cristian Munglu y Déjame entrar, de Tomas Alfredson.

Respecto a los libros, el podio se lo llevan el aclamado 2666, del ya fallecido Roberto Bolaño; La carretera, de Cormac McCarthy (del que pronto veremos la adaptación cinematográfica protagonizada por el ubicuo Viggo Mortensen) y la crítpica pero fascinante Austerlitz, de W.G. Sebald. Dentro de los 20 primeros encontramos también Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay y Las correcciones de dos de los autores norteamericanos más talentosos: Jonathan Franzen y Michael Chabon; la cuota nacional representada por París no se acaba nunca, de Enrique Vila-Matas; Sauce ciego, mujer dormida, de Haruka Murakami, uno de los fenómenos literarios de los últimos tiempos; la imprescindible y visceral Gomorra, de Roberto Saviano y La maravillosa vida breve de Óscar Wao, comentada en un post anterior.

martes, 17 de noviembre de 2009

Música popular: ¿Asimilación o contestación?




El análisis sociológico y cultural sobre el gusto en la música popular se ha debatido siempre en una constante dicotomía sobre si es el oyente quien decide qué música le gusta o, por el contrario, es la industria la que genera productos más o menos prefabricados que se orientan, adaptan o, directamente, configuran el gusto musical del público.

Si bien la tentación de apelar a la maldad intrínseca de las multinacionales, que conspiran para lavar nuestros cerebros y vaciar nuestros bolsillos, es irresistible, lo cierto es que la realidad no es tan sencilla, como afirma el especialista en música y cultura popular Will Straw:

El consumo de la música popular ha sido durante mucho tiempo tan caótico como incomprensible, incluso cuando parece obstinarse en confirmar, de la manera más cruda las leyes básicas de las modas y las tendencias más fugaces. Si bien es cierto que las tendencias parecen tener vida propia y evolucionar según su propio e imparable impulso, predecir la popularidad de una grabación determinada o un estilo musical es notoriamente difícil.

Es innegable que buena parte de la música popular se ha convertido en un producto de consumo más y, como tal, sujeto a los imperativos de mercado, marca y estrategias de márketing diversas. Por otro lado siempre han surgido movimientos, inicialmente fuera de los circuitos comerciales, que acaban ganándose los favores del público para, poco después, convertirse en algo estándar, cerrando de esta manera un ciclo recurrente en la historia de la música, con el Rock’n Roll de los años 50, el Punk de los 70, el Grunge de los 90 o la música electrónica como ejemplos paradigmáticos.

La música popular, pues, ha experimentado siempre una tensión constante entre su lado, digamos, artístico y rebelde y la vertiente industrial y comercial. En este sentido la industria siempre ha tenido muy claro que la rentabilidad y la lógica comercial pasan por la estandarización, siguiendo el ya clásico axioma empresarial que dice “si funciona, no lo toques”, de modo que cuando consigue un éxito, intenta repetir el modelo con el objetivo de ordeñar la vaca tanto como sea posible.

La historia del Rock y el Pop presenta innumerables casos de cómo, gracias al trabajo de productores, compositores o músicos de estudio, se consiguió dar forma a un sonido determinado que fue garantía de éxito durante mucho tiempo, de modo que algunos artistas se convirtieron en simples intérpretes y las grabaciones acabaron siendo el producto estándar de un trabajo en cadena, en un proceso más propio de la industria automovilística que de la creación artística.

Por poner solo unos ejemplos, podemos hablar del tándem de compositores Leiber‑Stoller, que durante los años 50 escribieron muchos de los éxitos de Elvis Presley, Buddy Holly o The Coasters; Booker T. & The MG's que, junto a la sección de metal Memphis Horns, dieron forma al sonido y personalidad del sello Stax, en el que destacaban Otis Redding, Sam & Dave o Wilson Pickett; el binomio de compositores Gamble-Huff, artífices del Philly Sound con The O'Jays, Harold Melvin and The Blue Notes o Teddy Pendergrass como primeros espadas o el trío de compositores/productores Holland-Dozier-Holland que, bajo la mano de hierro de Berry Gordi, patentaron el sonido Motown que lanzó a la fama a The Supremes, The Miracles o Marvin Gaye.

Hay ejemplos más recientes com el caso de Stock‑Aiken-Waterman que durante los años 80 crearon en el Reino Unido un estilo de pop pegajoso orientado a la discoteca que hizo famosos a Kilye Minogue, Rick Astley o Bananarama; por no hablar del inefable John Kalodner (considerado el Rey Midas del Rock), que con la ayuda del compositor Desmond Child siempre estaba dispuesto a hacer más asequible el sonido de grupos “duros” como Aerosmith, Whitesnake o Great White.

A pesar de todo lo comentado, la industria musical nunca se ha destacado por la utilización de los estudios de mercado y de audiencias, como comenta, nuevamente, Straw:

A lo largo de buena parte de su historia, la industria de la música ha inventado muy poco en lo relativo al análisis de los patrones de consumo, prefiriendo lanzar productos, promoverlos y sentarse a esperar la respuesta del mercado.

Tradicionalmente los grandes sellos han optado por una estrategia clásica: copiar un producto de éxito de la competencia o bien, directamente, comprarlo. Dos ejemplos de la segunda situación serían el fichaje de Bad Religion y Offspring por Sony, ambos provenientes del sello independiente Epitaph, artífice del revival punk de los años 90 y el trasvase de Nirvana y Soundgarden, dos de las sensaciones del catálogo de Sub Pop (cuna del movimiento Grunge), a Geffen y A&M respectivamente. En la práctica, pues, muchos de los sellos que se movían a niveles, más o menos, underground acabaron convirtiéndose en el departamento de I+D de las multinacionales discográficas.

Visto lo visto, si quisiéramos ofrecer una visión asimiladora podríamos afirmar que la potencia económica de los grandes sellos discográficos, unido a la omnipotencia de los medios que dan una cobertura continua a sus lanzamientos, han convertido la música popular en algo vulgar, aburrido y previsible, si bien es cierto que en la era de internet, de las descargas digitales, de la fragmentación de públicos y de una cierta “democratización” en la producción y distribución de contenidos, esta situación ha dado un vuelco radical en los últimos años.

Por otro lado, existen también ejemplos de artistas dificilmente domesticables o poco integrables en el engranaje de la industria a causa de su rareza, vocación independiente o escasas posibilidades de conseguir un éxito masivo: fue el caso, entre otros, de The Stooges, New York Dolls o Velvet Underground. En este sentido, tenemos también ejemplos recientes de sellos que continuaron rigiéndose por criterios artísticos e impulsando las carreras de artistas rara avis y discursos heterodoxos, como SST (Sonic Youth), 4AD (Pixies) o Matador (Yo la Tengo), con una clientela minoritaria pero muy fiel y el beneplácito de parte de los medios especializados.

A pesar de todo puede parecer que, finalmente, en la dialéctica entre distribución masiva y crítica de la comercialización, la asimilación ha ganado la partida a la contestación respecto a la capacidad reivindicativa y de generación de imaginarios e identidades colectivas. La vulgarización de los aparatos culturales musicales y la preeminencia del “Show Business” parecen haber extinguido la chispa de rebelión inherente a buena parte de la música popular, aunque seguramente en el futuro surgirán movimientos que recuperarán esta capacidad subversiva, como afirmaba en 2004 Gonzalo Abril, catedrático de periodismo y especialista en cultura popular: 

La ideología y el orden social, la producción y la reproducción, no están nunca definitivamente fijadas ni garantizadas. La resistencia no puede ser siempre reducida ni automáticamente absorbida. Al menos cuatro generaciones han reemprendido la contestación desde las sucesivas formas o corrientes del rock. Así ocurrió en los 70 con el punk, que revitalizó el directo, propuso una visualidad obscena y provocadora sobre lo corporal y cuestionó los modelos de identidad sexual, cuando el rock de la generación anterior había evolucionado hacia conceptos sinfónicos y despolitizados. Así ocurre hoy con el Hip Hop, que reactiva el potencial contradictorio de la cultura popular en las condiciones de una cultura masiva mundializada.

Desgraciadamente parece que el Hip Hop está ya casi plenamente integrado en el engranaje industrial y su capacidad “amenazadora” está en vías de extinción. Habrá que ver qué nos depara el futuro.

Citas extraídas de:

Straw, W. (2006) El consumo, en: Frith, S.; Straw, W. y Street, J. (ed.). La otra historia del Rock, cap. 7. Ma Non Troppo, Barcelona.

Abril, G. (2004) So Much Trouble: notas sobre la música popular y el contexto mediático contemporáneo. Revista Ghrebh, núm. 6. Accesible en: http://revista.cisc.org.br/ghrebh6/artigos/06gonzalo_espa.htm

domingo, 8 de noviembre de 2009

"La maravillosa vida breve de Óscar Wao": Un antihéroe freaky

Junot Díaz (Santo Domingo, 1968) es el autor de esta sorprendente, fresca y tremendamente divertida novela, que el año pasado recibió el premio Pulitzer de narrativa, además de todo tipo de parabienes de la crítica especializada. El (irónico) título hace referencia a su protagonista principal, que sin duda alguna, se ha incorporado ya al Olimpo de los (anti) héroes literarios: un personaje inolvidable que algunos han comparado con el Ignatius J. Reilly de “La conjura de los necios” y que, a pesar de ser el arquetipo de “Nerd” y perdedor, acaba resultando un tipo entrañable y digno en su desesperada, y patética, búsqueda del amor.

En el segundo año de la secundaria, Óscar pesaba unas increíbles 245 libras (260 cuando estaba depre, que era casi siempre), y se les hizo evidente a todos, en especial a su familia, que se había convertido en el pariguayo (neologismo peyorativo a partir del inglés, party watcher, “el que mira las fiestas”) del barrio. No tenía ninguno de los superpoderes del típico varón dominicano, era incapaz de levantar jevas (ligar con chicas) aunque su vida dependiera de ello. No podía practicar deportes, ni jugar al dominó, carecía de coordinación y tiraba la pelota como una hembra. Tampoco tenía destreza para la música ni para el negocio ni para el baile, no tenía picardía, ni rap ni don pa na.

Pero “La maravillosa vida breve de Óscar Wao” no es una simple narración de las desventuras de un freaky: si rascamos un poco su pátina humorística nos encontramos con una obra que convierte la ironía y el sarcasmo en estrategias narrativas de gran calado, de las que se sirve el autor para, por un lado, llevar a cabo una parodia del realismo mágico característico de algunos autores latinoamericanos y, por otro lado, elaborar un gran fresco sobre la inmigración (sin ahorrar algunas críticas al talante dominicano) y la dramática historia de la República Dominicana bajo la inmisericorde dictadura de Trujillo. En este sentido la novela tiene algunos puntos en común con “La fiesta del chivo”, de Mario Vargas Llosa, que abordó esa parte de la historia del Caribe con mano maestra y un realismo que ponía la piel de gallina.

Para aquellos a los que les faltan los dos segundos obligatorios de historia dominicana: Trujillo, uno de los dictadores más infames del siglo XX, gobernó la República Dominicana entre 1930 y 1961 con una brutalidad despiadada e implacable... Era nuestro Saurón, nuestro Arawn, nuestro propio Darkseid, nuestro dictador para siempre, un personaje tan extraño, tan estrafalario, tan perverso, tan terrible que ni siquiera un escritor de ciencia ficción habría podido inventarlo.

El McGuffin de la novela es el “Fukú” (que según la creencia popular dominicana es una especie de sortilegio, de maldición que trae la desgracia y la infelicidad) que lleva persiguiendo a la familia Cabral desde varias generaciones y del que parece imposible librarse. A partir de aquí, a través de diferentes flashbacks, Junot Díaz va modelando la tragicómica historia de Óscar y de toda su familia, trufada de referencias Pop: comics de Marvel y DC, ciencia ficción, “El señor de los anillos”, juegos de rol, "Star Wars", “Dragones y mazmorras” y un larguísimo etcétera, que casan perfectamente con la idiosincrasia de la novela y que, en algunos casos, logran originales paralelismos con los que Junot Díaz se gana la complicidad (y la sonrisa) del lector.

Sé que he metido mucha fantasía y ciencia ficción en esta mezcla, pero se supone que es la historia verdadera de la Maravillosa Vida Breve de Óscar Wao. ¿No podemos creer que pueda existir una Ybón y que a un bróder como Óscar le haya llegado un poquito de suerte después de veintitrés años? Ahora les toca a ustedes. Pastilla azul, continúan. Pastilla roja, regresan a Matrix.

Narrada con una gracia y dinamismo envidiables en un chispeante “spanglish” (un diez para el excelente trabajo de traducción de la escritora cubana Achy Obejas), “La maravillosa vida breve de Óscar Wao" se lee, a pesar de su extensión, en un suspiro y es, sin ninguna duda, una de las sorpresas más agradables de la literatura hispanoamericana reciente y la confirmación de que la cultura Pop ha calado hondo en el imaginario de muchos escritores jóvenes.

Díaz, Junot. La maravillosa vida breve de Óscar Wao. Mondadori. Barcelona, 2007
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