miércoles, 11 de abril de 2012

Anvil: El sueño de una banda de Rock


“Anvil: El sueño de una banda de Rock” es un documental que obtuvo una notable repercusión internacional a partir de su proyección en el Festival Sundance 2008. La mayor parte de la crítica acogió el film con entusiasmo, calificándolo de obra maestra del género. Aquí se estrenó en 2010 y, como acostumbra a pasar con este tipo de films, pasó prácticamente desapercibida.

Con “This is Spinal Tap” y “Some Kind of Monster” (el documental/Reality Show en el que Metallica mostraban sus miserias) como referentes más próximos, “Anvil” aporta el valor añadido de contarnos una historia muy humana y emotiva, que nos muestra el poco glamuroso reverso del Show Business.

El documental empieza en Tokio, 1983, en plena eclosión del Heavy Metal. El grupo canadiense Anvil está a punto de alcanzar la primera división del género y son invitados a participar en el Festival Super Rock, donde comparten cartel con bandas como Scorpions, Bon Jovi o Whitesnake.

25 años más tarde, los dos miembros fundadores de la banda “Lips” Kudlow (voz y guitarra) y Robb Reiner (batería) continúan con el grupo y están a punto de publicar su treceavo disco. Pese a ello, no pueden vivir de la música y trabajan de repartidor en una empresa de catering y en la construcción, respectivamente. ¿Qué ocurrió con Anvil?

Los testimonios de algunos compañeros de profesión (Lemmy, Tom Araya, Scott Ian, Slash...) con los que se inicia el documental son elocuentes: unánimemente respetados y considerados una banda innovadora (precursores del Trash Metal), lo tenían todo para triunfar. A pesar de las buenas perspectivas, nunca consiguieron consolidarse ni comercial ni mediáticamente.

El documental se centra en los esfuerzos de los últimos años de de “Lips” y Reiner para continuar con el grupo. Después de 30 años de carrera y pese a las innumerables penurias sufridas, continúan con la música, confiando aún en conseguir el éxito que les ha dado la espalda.

Una de sus últimas esperanzas es una gira europea, organizada por una fan italiana sin ninguna experiencia previa como manager, que acaba convirtiéndose en un monumento al absurdo. Sus aventuras por los países del este son especialmente delirantes: problemas logísticos de todo tipo, conciertos en locales sórdidos, promotores desaprensivos y, la guinda del pastel, participación en el exótico festival “Monsters of Transilvania”, al que asisten la friolera de 174 espectadores.

Lejos de tirar la toalla, continúan insistiendo y deciden contratar un productor de prestigio (Chris Tsangerides) para que se ocupe del nuevo disco. Para ello han de hipotecarse y recurrir a familiares y amigos para poder financiarlo, lo que provoca nuevos conflictos: peleas en el grupo, negativa de las discográficas a distribuir el disco, tensiones familiares, etc.

Luchando contra todo y contra todos y obligados a autogestionarse, Anvil no tiran la toalla. Finalmente un golpe de suerte los lleva de nuevo a Japón, en una suerte de historia circular, donde se abre una rendija de esperanza para ellos, que les anima a continuar perseverando.

“Anvil” es una obra magnífica cuya principal virtud es una impecable estructura argumental que, aun respetando en todo momento el carácter documental de la obra, utiliza con habilidad algunos recursos narrativos propios del cine de ficción. La experiencia como guionista profesional de Sacha Gervasi, el director, hace que la historia sea mucho más empática y cercana para el espectador.

Pese a tener bastantes puntos Spinal Tap, en ningún momento los personajes resultan caricaturescos, todo lo contrario, algunas escenas llegan a tocar la fibra. De hecho no resulta necesario ni ser fan del Heavy Metal ni conocer a Anvil para identificarse con ellos. Al fin y al cabo, “Anvil” es un relato sobre la vida de dos tipos sencillos que viven por y para la música; un relato sobre la amistad, la fe en uno mismo, la pasión, el compromiso y el espíritu de lucha.

En este sentido el documental contiene algunas lecciones sobre la existencia que pueden resumirse en una reflexión de “Lips” Kudlow casi al final de la película:

Al final lo que realmente cuenta, lo más valioso, son las personas que has conocido, los lugares donde has estado, las experiencias que has tenido… Esto es la vida.


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